El buen salvaje de Rousseau es genéticamente lascasiano. No importa
si el nativo es antropófago o reductor de cabezas. Su estado de
naturaleza le hace ser intrínsecamente bueno. Inga Clendinnen[467],
historiadora australiana, comenta con humor que lamentar la desaparición
del Imperio azteca es más o menos como sentir pesar por la derrota de
los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Solo en el sofisticado
sistema de exterminio del nazismo encuentra Clendinnen un referente
accesible para explicar la organización de miles de sacrificios humanos
periódicos en los rituales de Tenochtitlán.
Las matanzas sobre
población azteca fueron llevadas a cabo por tribus sometidas a ellos que
no hallaron reposo hasta convencerse de que los aztecas no volverían.
Esto sucedió contra la voluntad expresa de Hernán Cortés que, una vez
acabadas las venganzas, incorporó a una buena parte de los aztecas
supervivientes a la nueva estructura de poder. Fray Bartolomé, señala
Clendinnen, transformó la venganza de las víctimas de los aztecas en un
acto de opresión colonial que no resiste el cotejo con documentos y
testimonios. La cultura azteca era un totalitarismo sangriento fundado
en los sacrificios humanos. Los aztecas pasaban buena parte del año
cazando gentes en las tribus vecinas para sacrificarlos en festivales
que duraban tres meses y en los que se mataban entre 20.000 y 30.000
personas cada año.
Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español / Libro de María Elvira Roca Barea
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