
En realidad, el enaltecimiento de los crímenes de Carrillo es algo más que una provocación criminosa y criminal. Es la demostración de que la Universidad española se ha convertido en un gulag de burócratas desvergonzados que compensan su inanidad intelectual con la pública apología del delito, siempre que el delito sea de izquierdas. Ya hace unos años nombraron Doctor Honoris Causa en otra universidad madrileña al dictador comunista alemán Eric Honecker, pocos meses antes de la caída del Muro y de la liquidación de su abyecto régimen. Los villapalos de entonces, tan miserables como los de ahora, alegaron que así trataban de mejorar las relaciones con el Este. ¿Y qué alega el rector Gabilondo para honrar ahora a Carrillo por sus crímenes? ¿Que no ha pedido nunca perdón por ellos? ¿Que ha mentido en sus libros? ¿Que nunca ha contado la verdad, ni su papel en la eliminación de sus propios compañeros de partido cuando repicaban a masacre en el Kremlin? No. El propio Carrillo ha delatado con sus estúpidas injurias a Moa y a César Vidal lo que muy probablemente va a proclamar en el elogio al carnicero de Paracuellos el ex-rector Cayetano López Martín: que se trata de retar a los historiadores y de provocar a los cientos de miles de lectores que, en un movimiento intelectual sin precedentes, han roto el muro de silencio académico sobre las masacres de la guerra en el lado socialcomunista y revolucionario, masacres que empezaron en 1934 y que, por cierto, también contaron con la participación de Santiago Carrillo. Pero un viejo chequista empeñado en borrar su única página decente, la colaboración con los franquistas en la llegada de la democracia, no es el responsable de esta infamia. Son los rectores como Gabilondo los que ensalzan y canonizan las masacres de la guerra civil. Son ellos los que legitiman el crimen de ayer, quién sabe si para justificar el de mañana.
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