Notas:

31.7.06

LOS PROGRES

Hubo un tiempo en España en el que resultaba fácil reconocer a los progres por la calle. Los más jóvenes llevaban pelo largo, la barba vellida al estilo del Mío Cid, vestían con vaqueros y descuido y, como cita el Diccionario de Uso del Español de América (Vox), portaban bolsas de tela de artesanía indígena llenas de libros; los adultos conservaban la barba, algo más cuidada eso sí, y se enfundaban en la popular chaqueta de pana con El País pegado a sus axilas. Algunos de éstos últimos hicieron carrera en política y, pasado el tiempo, arrinconaron la pana en los armarios con sobredosis de naftalina.

El calificativo se asoció durante un tiempo a una clase intelectual que apoyó al PSOE en los 80 y que acabaría devorada por las contradicciones del pragmatismo felipista o asimilada a un nuevo establishment a las órdenes de ese poderoso caballero que es Don Dinero. El fenómeno progre llegó a atraer a significados dirigentes de la derecha actual, a los que se les acabó perdonando esos pecadillos de juventud con indulgencia plenaria. Finalmente, cuando la barba dejó de estar de moda, los progres terminaron por desvanecerse en masa al mismo tiempo que su rebeldía, allá por el año VII a. de A (antes de Aznar).

Pese a la desaparición de sus ejemplares más vistosos y de la especie en su conjunto, el término hizo fortuna y acabó por asimilarse a cualquier individuo que sostuviera ideas u opiniones consideradas de izquierda. Todo empezó con un juego de palabras. Los de izquierdas hubieran preferido definirse así antes que llamarse progres pero sus adversarios, cuando les dio por ser de centro, se empeñaron en motejarles para contrarrestar lo mal que les sonaba aquello de ser de derechas. Eso fue antes de que el centro muriese, porque ahora los de derechas son liberales y a los muy progres se les tilda de radicales, en esa versión light de las dos Españas que recogen las encuestas.

En definitiva, los progres de hoy lo tienen mucho más difícil que sus antecesores barbudos porque la certificación viene expedida por el adversario político y ya no basta con dejarse crecer las patillas. Según la versión más extendida por los pensadores de derechas, se trata por lo general de tipos sin capacidad de análisis, o mejor dicho, sólo aptos para análisis primarios, incapaces de reconocer las aristas de la geopolítica y los vericuetos de la diplomacia, ajenos casi siempre al realismo y a los intereses de la nación. Por definición, un progre no tiene cultura sino ‘cultureta’. Hace algún tiempo se manifestaban por cualquier cosa, aunque esa característica ha dejado de pertenecerles en exclusiva.

Como norma general, un progre estará en contra de las guerras por razones frecuentemente estúpidas. Con ocasión de la invasión de Iraq por parte de Estados Unidos llegaron a decir cosas tan disparatadas como que se trataba de una intervención por el petróleo y no para traer la democracia al pueblo iraquí. Siempre pájaros de mal agüero, predijeron miles de muertos y grandes calamidades, entre ellas el recrudecimiento del terrorismo, la desestabilización de la zona y una más que probable guerra civil. Siendo justos, acertaron en que no había armas de destrucción masiva, aunque fue por pura chiripa porque había hasta fotos de la CIA de las garrafas de ántrax en casco no retornable.

Ahora lo que toca es criticar a Israel por defender prudentemente su derecho a la autodefensa apisonando al Líbano. Como entre los progres hay mucho antisemita y los tiempos en los que Borrell iba a echarse novia a los kibutzs ya han pasado, mayoritariamente sostienen que, aun siendo cierto que sus vecinos querrían aniquilarles, es exclusivamente Israel quien posee la capacidad para repartir destrucción en dosis letales. Con su habitual maniqueísmo, no entenderán porque se devasta un país que había logrado librarse de la presencia militar siria y que es ajeno a las acciones terroristas de Hizbulá como Francia lo era a las de ETA.

Con absoluta desvergüenza, han llegado a afirmar que Israel ataca deliberadamente objetivos civiles, ignorando que los de Hizbulá pueden esconderse por igual en puentes, aeropuertos, depósitos de combustible, barrios residenciales, polideportivos y hasta entre los observadores de la ONU. Como son de carácter débil y se rinden ante el primer terrorista que pasa, a los progres les parecerá desproporcionado que la respuesta al secuestro de dos soldados implique la muerte de centenares de personas y la huida de sus casas de más de medio millón.

Su infantil pacifismo exterior contrasta con su maquiavelismo para con sus oponentes políticos internos. Un progre, sobre todo si es del PSOE, tratará de evitar por todos los medios que el PP llegue al poder, algo insólito en política sobre todo en la derecha, entre cuyos objetivos primigenios siempre ha estado la alternancia. Por eso, intentará cambiar las reglas del juego y el modelo de Estado si ello facilita sus propósitos. A estos progres les parece bien que se negocie con ETA porque saben que concediendo a Euskadi la autodeterminación, después de que incorpore a Navarra, y amnistiando masivamente a los presos de la banda sus representantes socialistas se perpetuarán en el poder. Los españoles -es conocido- derrochan agradecimiento cuando se les solucionan los problemas.

Tan predecibles son las reacciones de los progres que no resulta difícil dibujar su retrato-robot. Un progre se hallará siempre fascinado por las dictaduras populistas o comunistas –que tanto monta-, sobre todo si los dictadores llevan barba, son caribeños y hacen discursos de varias horas; estará obsesionado por agitar los fantasmas del pasado y rescribir la historia con renglones torcidos; pese al número abrumador de agujeros negros y demás oquedades, no dudará ni por un instante que el 11-M fue obra de terroristas islamistas; defenderá el matrimonio entre homosexuales y le parecerá estupendo que les case Gallardón; estará encantado con que España se rompa en pedazos; y apoyará que el Estado siga pagando a esos menesterosos que se hacen llamar parados y que sufrague las operaciones de corazón y hasta las de cambio de sexo. Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? La traducción se la dejo a Incitatus, ese caballo que relincha en la columna de abajo, que también tiene don de lenguas y va de progre.

Juan Carlos Escudier (El Confidencial.com)

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