EL pasado viernes (se refiere al 6 de Octubre), el crucifijo que preside la Capilla de Villaviciosa de la Mezquita-Catedral de Córdoba fue retirado para la ceremonia de entrega de las Medallas de Oro de las Bellas Artes que tuvo lugar allí. El Cabildo Catedralicio aceptó, no por unanimidad bien es cierto, la «sugerencia» de la ministra de Cultura, según explicó su máximo representante: «Por tratarse de una ceremonia laica, no religiosa. Se buscaba que el acto no tuviese ningún signo por el que se pensase que podía tener carácter confesional». Los candelabros que lo acompañaban en la pared permanecieron en su sitio, subrayando, aún más si cabe, el hueco dejado por la cruz en la celebración cultural más solemne que ha acogido la Catedral en los últimos tiempos.
Desde esta sección he defendido en la polémica sobre la presencia de símbolos religiosos en edificios públicos y en la sociedad en general, que la principal simbología que hay que mantener es la fe interior y valiente del cristiano («La Cruz que no se puede herir», 16 de julio de 2006). Pero éste es un caso muy diferente, sin duda porque atenta contra una elemental norma de sentido común, como es la presencia de símbolos religiosos en un templo. Córdoba tiene muchos espacios civiles para acoger el acto que presidieron Sus Majestades los Reyes el viernes, pero si se escoge una iglesia hay que ser consecuente con el marco, tanto por parte de quien solicita su uso, como por parte de quien lo cede.
Choca esta decisión con el actual discurso de la Iglesia, tan orientado a vincular la fe con la razón y la cultura. Va en contra de todos los posicionamientos de los obispos sobre la persecución laicista de los símbolos religiosos en aulas, hospitales, cuarteles o edificios de las Administraciones públicas. Y no encaja en las alertas contra los intentos de secularizar la Mezquita-Catedral. Es una incoherencia que deprime. En realidad es una incoherencia que envilece, pero vamos a dejarla en que deprime, por centrarnos en los que la sufren.
Deprime, desalienta, duele a las personas que con convicción, honestidad y valentía dan testimonio diario de la validez de la presencia cristiana en cualquier ámbito de la vida. Presencia que en muchos casos se concreta en símbolos, hoy en día seriamente cuestionados por el laicismo sectario y hostil a toda referencia religiosa. En estos momentos difíciles, lo último que esperan esas personas de una jerarquía eclesiástica en la que depositan su confianza y obediencia son decisiones como la tomada sorprendentemente por el Cabildo Catedralicio cordobés.
Una decisión, un gesto, que no cabe duda hubiese requerido una mayor reflexión por la trascendencia que iba a tener, la cual no han ocultado ni la solemnidad ni los saraos que acompañaron al importante acto cultural. El sentido común y la coherencia exigían que el crucifijo no se retirase y sin embargo, la sensación que se ha dado es que han primado más las ganas de agradar ante el poder, una cierta cobardía, una renuncia a los principios, un relativismo. Para deprimirse, vamos.
El crédito entre lo que se dice y lo que se hace es definitivo para valorar a una persona o a una institución y, en consecuencia, el precio que se paga por la incoherencia es muy alto. A cambio de una pequeña ventaja, la pérdida del crédito es enorme y difícil de recuperar. Tras retirar el Cabildo el crucifijo de la Capilla de Villaviciosa para la ceremonia de la entrega de las Medallas de Bellas Artes, decisión avalada con su presencia por últimas instancias, qué valor, qué fuerza moral le va a quedar a cualquier comunicado de la Iglesia cordobesa exhortándonos a los cristianos a que defendamos y demos la cara por la presencia de símbolos religiosos en la vida pública.
JUAN JOSÉ PRIMO JURADO
Desde esta sección he defendido en la polémica sobre la presencia de símbolos religiosos en edificios públicos y en la sociedad en general, que la principal simbología que hay que mantener es la fe interior y valiente del cristiano («La Cruz que no se puede herir», 16 de julio de 2006). Pero éste es un caso muy diferente, sin duda porque atenta contra una elemental norma de sentido común, como es la presencia de símbolos religiosos en un templo. Córdoba tiene muchos espacios civiles para acoger el acto que presidieron Sus Majestades los Reyes el viernes, pero si se escoge una iglesia hay que ser consecuente con el marco, tanto por parte de quien solicita su uso, como por parte de quien lo cede.
Choca esta decisión con el actual discurso de la Iglesia, tan orientado a vincular la fe con la razón y la cultura. Va en contra de todos los posicionamientos de los obispos sobre la persecución laicista de los símbolos religiosos en aulas, hospitales, cuarteles o edificios de las Administraciones públicas. Y no encaja en las alertas contra los intentos de secularizar la Mezquita-Catedral. Es una incoherencia que deprime. En realidad es una incoherencia que envilece, pero vamos a dejarla en que deprime, por centrarnos en los que la sufren.
Deprime, desalienta, duele a las personas que con convicción, honestidad y valentía dan testimonio diario de la validez de la presencia cristiana en cualquier ámbito de la vida. Presencia que en muchos casos se concreta en símbolos, hoy en día seriamente cuestionados por el laicismo sectario y hostil a toda referencia religiosa. En estos momentos difíciles, lo último que esperan esas personas de una jerarquía eclesiástica en la que depositan su confianza y obediencia son decisiones como la tomada sorprendentemente por el Cabildo Catedralicio cordobés.
Una decisión, un gesto, que no cabe duda hubiese requerido una mayor reflexión por la trascendencia que iba a tener, la cual no han ocultado ni la solemnidad ni los saraos que acompañaron al importante acto cultural. El sentido común y la coherencia exigían que el crucifijo no se retirase y sin embargo, la sensación que se ha dado es que han primado más las ganas de agradar ante el poder, una cierta cobardía, una renuncia a los principios, un relativismo. Para deprimirse, vamos.
El crédito entre lo que se dice y lo que se hace es definitivo para valorar a una persona o a una institución y, en consecuencia, el precio que se paga por la incoherencia es muy alto. A cambio de una pequeña ventaja, la pérdida del crédito es enorme y difícil de recuperar. Tras retirar el Cabildo el crucifijo de la Capilla de Villaviciosa para la ceremonia de la entrega de las Medallas de Bellas Artes, decisión avalada con su presencia por últimas instancias, qué valor, qué fuerza moral le va a quedar a cualquier comunicado de la Iglesia cordobesa exhortándonos a los cristianos a que defendamos y demos la cara por la presencia de símbolos religiosos en la vida pública.
JUAN JOSÉ PRIMO JURADO
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