Debemos recordar, ya que los desmemoriados historiadores olvidan días como este, que Carrillo es el responsable directo del mayor genocidio de la guerra civil española: entre 8.000 y 12.000 personas fueron masacradas en Paracuellos de Jarama bajo su dirección. La mayor matanza, no solo de nuestra contienda civil, sino la mayor perpetrada en toda la historia contemporánea de Europa Occidental, ni los nazis siquiera cometieron en aquella Europa del Oeste una salvajada de tal calibre.
Conforme a la jurisprudencia establecida en los juicios de Nuremberg, para juzgar a los genocidas y los crímenes contra la humanidad, Carrillo, debería haber acabado sus días, en justicia, colgando de una soga.
Sin embargo para los progres recuperadores de "su" memoria histórica, mientras las victimas, por ejemplo, de la dictadura argentina merecen, en justicia, que los tribunales actúen contra sus verdugos, sea cual sea el país en que se les localicé, las victimas españolas del totalitarismo marxista, no sólo no merecen un recuerdo, sino que además han de ser insultadas y ultrajadas, haciendo pasar a su más señalado verdugo por un político demócrata.
De Carrillo hemos tenido que escuchar que “creía que toda su vida había luchado por la democracia y la libertad”. La desfachatez con que miente, revela que no existe en él el más mínimo atisbo de arrepentimiento o remordimiento.
Hoy, cuando se cumplen 70 años del genocidio de Paracuellos, debemos recordar, aunque sea muy brevemente, lo que ocurrió en noviembre de 1936 en Madrid. Tras el fracasado alzamiento de julio, 10.500 presos políticos llenaban las cárceles de Madrid, a los que había que añadir un número indefinido, de detenidos en comisarías y chekas, que podrían cifrase en otras 3.000 o 5.000 personas. La cercanía de las tropas nacionales hizo decidir al gobierno de la República que era necesario deshacerse de tal número de “fascistas” que amenazaban la retaguardia.
El genocidio parece que fue autorizado por el Ministro de Justicia, al anarquista García Oliver, y el Ministro de Gobernación Angel Galarza, sin embargo, indubitadamente, fue la Junta de Defensa de Madrid, que asumió el mando en la capital tas la evacuación del gobierno de la República, quien ejecutó materialmente el exterminio. La Consejería de Orden Público, directamente responsable, y bajo cuyo mando operaban las Milicias de Vigilancia de la Retaguardia que perpetraron el genocidio, era ocupada por Santiago Carrillo, antiguo militante de las Juventudes Socialistas que se había incorporado al PCE. Los presos fueron trasladados en autobuses municipales hasta Paracuellos, donde las fosas comunes, ya preparadas con antelación, esperaban a los infelices, allí fueron tiroteados o ametrallados y sepultados. Hay que añadir los muertos en otras muchas “sacas”, además de La Modelo, Aravaca, Porlier, San Antón … Entre 8.000 y 12.000 personas fueron asesinadas, políticos como Ramiro Ledesma o Fernando Primo de Rivera, el ya anciano Melquiades Alvarez, o Ricardo de La cierva, intelectuales como Ramiro de Maeztu o Pedro Muñoz Seca, militares, religiosos, empresarios y simples ciudadanos que no apoyaban al Frente Popular fueron las victimas de Carrillo, el mayor asesino de la historia de España.
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