Notas:

18.11.06

PINTURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVII. 2ª PARTE

Francisco de Zurbarán, (1598-1664): Hércules y el Cancerbero (1634)

El programa iconográfico del llamado Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro estaba destinado a exaltar la monarquía hispánica. En él se lucirían junto a los retratos ecuestres de los monarcas, lienzos con la representación de las grandes hazañas bélicas del reinado de Felipe IV y temas alegórico-mitológicos.
El 12 de junio de 1634, Zurbarán recibe 200 ducados a cuenta de doce cuadros que figuraran los Trabajos de Hércules, destinados a ocupar los espacios intermedios entre las pinturas de batallas. La elección de un ciclo sobre este personaje no es arbitraria. En el afán de la época por remontar los orígenes de las monarquías hasta personajes legendarios, Hércules es considerado como el iniciador de la monarquía española desde que Alfonso X, en su Crónica General, escribiera que durante uno de sus encargos (matar al gigante Gerión, rey de la Bética), el héroe remontó el Guadalquivir y fue el fundador de Sevilla.
La escena elegida es la Lucha contra el cancerbero, un enorme perro de tres cabezas y cuerpo de serpiente, colocado por Hades en la puerta del infierno para que devorase a todos aquellos que quisieran entrar. Este animal sólo se podía vencer si no se usaban armas contra él, por lo que Hércules tuvo que recurrir a la estratagema de alejarlo arrastrándolo de la cadena con la que estaba sujeto, mientras lo amenazaba con su clava. Este acto requería tanto astucia como fuerza, dos cualidades necesarias para todo buen gobernante, buscándose en este caso una alegoría intencionada con las cualidades (por lo menos deseadas, que no siempre conseguidas) del reinado de Felipe IV.
El cuadro presenta un enorme dinamismo, logrado fundamentalmente por la postura del héroe, una marcada diagonal que rompe el espacio, y por la tensión de sus músculos, que dan sensación de veracidad: parece que en realidad está arrastrando al perro. Técnicamente son de destacar el correcto estudio de la anatomía humana y las investigaciones lumínicas. Toda la escena se desarrolla en la oscuridad propia de las regiones infernales, salvo por las llamas que se escapan tras las oquedades del fondo; éstas, sin embargo, no iluminan la escena por igual: mientras que el perro, símbolo del mal, queda en penumbra, Hércules, emblema de la justicia y del bien, recibe la luz.

Comentario de Marta Poza Yagüe


José de Ribera (1591–1652):El sueño de Jacob (ca. 1639)

Frente a la grandilocuencia y aparatosidad con la que se ha presentado, en tantas ocasiones, multitud de escenas bíblicas y religiosas a lo largo de los siglos, los grandes pintores del Siglo de Oro español optaron por presentar los episodios sagrados con gran naturalismo, como si el espectador de la obra de arte fuera testigo de algo próximo, cercano, veraz y sencillamente natural.
Los personajes de los cuadros de Ribera, Velázquez, Zurbarán o Murillo, parecen tomados del campo, de la calle, de sus propias familias. Parecen sencillos actores que desarrollan su función en escenarios sencillos, en arquitecturas descarnadas de elementos superfluos donde un vaso, un libro o una mesa llegan a un lirismo insospechado, en paisajes abiertos de horizonte bajo donde las rocas o los árboles adquieren tal monumentalidad y protagonismo, que acentúan la serenidad y poética de la composición del lienzo.
Todo ello sería incomprensible sin tener en cuenta la dimensión que alcanzó la Contrarreforma y el Concilio de Trento en España, las obras de los místicos, la grandeza contenida de Lope, Calderón o Góngora, y la prudencia de Gracián.
El cuadro que ahora vemos se centra en Jacob, en la monumentalidad del personaje, en ese cielo abierto o en el árbol que equilibra la composición. Lo sobrenatural no protagoniza la pintura, y la visión de la escalera que soñó Jacob, en cambio, aunque poco visible se hace patente mediante la luz. Veamos que nos dice el texto bíblico:

«Jacob salió de Bersabee y se dirigió a Jarán. Llegado a cierto
lugar, pasó allí la noche, porque ya se había puesto el sol. Y tomando una de
las piedras del lugar, se la puso por cabezal, y acostose en aquel sitio. Y tuvo
un sueño: he aquí una escalera que se apoyaba en la tierra, y cuya cima tocaba
en el cielo; y ángeles de Dios subían y bajaban por ella.»

Comentario de Juan Carlos Ruiz Souza



Juan Bautista Martínez del Mazo (1605-1667): Vista de Zaragoza

Juan Bautista Martínez del Mazo (1605-1667), casado con la hija de Velázquez, hizo carrera como pintor en la corte gracias a la ayuda de su suegro. Entre los escasos datos que tenemos de su vida, está el de haber trabajado como ayudante de Velázquez realizando copias de los retratos reales. También fue un reputado paisajista, como indica Palomino, quien asegura que la especialidad de Martínez del Mazo eran las cacerías y, sobre todo, las grandes panorámicas y los pasajes topográficos, en los cuales insertaba personajes diminutos que daban vida a la escena.
Su relación con el maestro y la alta calidad de esta Vista de Zaragoza hicieron pensar durante mucho tiempo que en ella había colaborado Velázquez, a pesar de que la obra está firmada y fechada —en 1647— por el propio Mazo, por otra parte, algo inusual en él. El cuadro fue pintado en Zaragoza y en una carta conservada el pintor da las gracias al «Cronista de Aragón» por haberle escrito el texto latino que aparece en un ángulo del mismo.
La obra fue encargada por el príncipe Baltasar Carlos y recoge la entrada de Felipe IV en la ciudad. Tanto la perspectiva de la vista, realizada desde la orilla norte, como los edificios que se vislumbran al otro lado del río son reales. De izquierda a derecha vemos, entre otros, el puente de Tablas (sustituido después por el puente del Pilar); tras él, el convento de San Agustín, fuera del recinto urbano. A lo lejos, destaca la torre de la Iglesia de la Magdalena, del siglo XV. Junto al río vemos el gran Palacio Arzobispal, sede eclesiástica y de los virreyes de Aragón, cuya fachada había sido concluida por don Hernando de Aragón, nieto de Fernando el Católico, a mediados del siglo XVI; detrás de él se alza la imponente cabecera gótica de la Catedral de la Seo. La puerta del Ángel es el lugar por donde se dispone a entrar la comitiva real y, frente a ella, el puente de Piedra. Pasado este puente, hacia el Oeste, se encuentra el notable edificio de la Lonja, terminado en 1551, y el Santuario de la Virgen del Pilar que había sido consagrado en 1515 aunque en 1681 iba a ser reconstruido por completo. Más allá, el torreón de la Zuda, resto del alcázar musulmán y, en la lejanía, la torre de la Iglesia de San Pablo (siglo XV).
La imagen del puente de Piedra es excepcional. Esta construcción, que databa de la primera mitad del siglo XV, había sido arruinada por una gran riada entre el 16 y el 18 de febrero de 1643. El puente perdió el ojo central y gran parte del tablero. Para cruzar el río, además del puente de Tablas, se habilitaron las barcazas que representa el pintor. En la orilla del primer plano se dan cita vecinos de Zaragoza de todas las clases en un ambiente de gran animación. Encontramos vendedoras de fruta con sus chiquillos alrededor, caballeros, como el que se ha bajado del caballo y posa para el pintor, alguna dama... A la derecha vemos a otros personajes que esperan las barcas o se disponen a bajar de ellas.

Comentario de Susana Calvo Capilla



Joseph Moreno,(1642–1678): La huida de Egipto

La festividad de los Santos Inocentes, celebrada el 28 de diciembre, recuerda aquellos acontecimientos relatados en el Evangelio según San Mateo, del Nuevo Testamento, sobre el nacimiento del niño Jesús.
La historia comenzó cuando los tres magos de Oriente, en su búsqueda del Mesías, hicieron un alto en el camino, en Jerusalén, donde preguntaron al rey Herodes: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle». Herodes, preocupado por semejante noticia, les pidió que, una vez que hubieran encontrado al recién nacido, le avisasen para poder ir él también a adorarle.
Los tres reyes, una vez que llegaron al pesebre y ofrecieron sus dones de oro, incienso y mirra al niño Jesús, recibieron en sueños el aviso de no decir nada. A José, de igual manera, un ángel le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estáte allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle».
Herodes, al ver que los tres magos no volvieron con las noticias que esperaba, preso de la furia, mandó exterminar a todos aquellos niños de la comarca que tuvieran menos de dos años, con la intención de dar fin a ese rey de los judíos, anunciado por los reyes de Oriente y por las profecías.
La fiesta de los Santos Inocentes se celebra en Occidente por lo menos desde el siglo V, días después de la Navidad. Y curiosamente, en el Museo del Prado no hay ningún cuadro que la escenifique, cuando sí que existen varios como el que hoy veremos, dedicados a la huida posterior a Egipto de la Sagrada Familia.

Comentario de Juan Carlos Ruiz Souza


Juan Carreño de Miranda (1614-1685):La «Monstrua» vestida

Cuántas veces recordamos a esos pequeños hombrecillos deformes, alocados o deficientes, inmortalizados por los pinceles de Velázquez para la «galería de bufones» que fue creada en una de las alas del palacio del Buen Retiro madrileño. No es género pictórico que se deba a la peculiar genialidad del artista sevillano, pues numerosos pintores de los siglos XVI y XVII, como Antonio Moro, Juan Bautista del Mazo, Alonso Sánchez Coello, Rodrigo de Villandrando, entre muchos otros, igualmente dejaron constancia de aquellos personajes tan frecuentes en la corte de los Austrias. Al fin y al cabo son cronistas de su época, y junto a los grandes encargos áulicos de soberanos u obispos, de iglesias y palacios, también supieron reflejar en sus obras aspectos menos grandilocuentes y más humanos, y por supuesto no se olvidaron de aquellos seres anormales, pero también extraordinarios, que desafiaban las habituales leyes de la naturaleza, lo que les confería cierto halo de divinidad.
Si hoy pudiéramos viajar a la corte del siglo XVII nos llamaría la atención cómo junto a los reyes y nobles encontraron también su lugar estos singulares personajes. Algunos de ellos tenían graves problemas de comunicación, otros eran especialmente agudos en sus comentarios, no faltaron los impertinentes ni los dementes que creían ser personajes del pasado o inteligentes poetas, los torpes que provocaban la hilaridad por sus bromas y extraños movimientos, ni aquellos que por su extremada simplicidad cautivaban el cariño de sus señores.
Aunque es fácil pensar que pudieran ocasionalmente sufrir la crueldad y los excesos de unos amos que los utilizaban para su diversión, sí parece ser cierto que frecuentemente lograban su más sincero cariño, e incluso los enanos convivían habitualmente con los niños de la propia familia real. Tal como queda reflejado en multitud de pinturas iban ricamente ataviados y presentaban una posición destacada en las ceremonias oficiales y en los espectáculos de la corte.
La costumbre de semejantes compañías cayó en desuso tras la llegada de los borbones al trono español en el siglo XVIII, y realmente hoy ya no sería posible observar aquellas tiernas escenas de niños, perros y bufones, ni un retrato de familia tan directo y entrañable como el que el propio Velázquez nos muestra en sus Meninas.

Comentario de Juan Carlos Ruiz Souza


Luis Tristán (ca. 1585-1624): ¿Santa Mónica?

Según el tratado de Césare Ripa (siglo XVII), ciertas virtudes y algunas alegorías relacionadas con la sabiduría o las artes se representaban bajo la forma de mujeres jóvenes, como por ejemplo, la Arquitectura, la Elocuencia, la Comedia, la Doctrina, además, claro está, de la Belleza y el Amor. Por su parte, la Fe, la Ley, la Medicina, la Riqueza o la Melancolía eran encarnadas por mujeres maduras. Sin embargo, los estereotipos más extendidos durante la Baja Edad Media y la Edad Moderna asociaban a la mujer anciana toda clase de vicios y pecados (la avaricia, la calumnia o la envidia, entre otras), como ya dijimos en esta sección.
En el terreno positivo, durante el Renacimiento y el Barroco sobresalen los retratos, un género que se constituye como tal en ese momento. Una parte importante de los retratados eran personas ancianas, a quienes, por lo general, los pintores trataron de manera respetuosa. En ese sentido, las mujeres, al igual que los hombres, suelen conservar su nobleza y dignidad, a pesar de mostrar en sus rostros los estragos físicos de la edad.
Asimismo, destacan las mujeres pintadas por los llamados «primitivos flamencos» y por los pintores barrocos holandeses, que se alejaron del neoplatonismo italiano y las mostraron de manera más realista y afable, en ambientes domésticos y actitudes espontáneas, dedicadas a tareas cotidianas o íntimas. Las mujeres de Memling o de Robert Campin, o después de Veermer y de Rembrandt, ya sean retratos o estén en el papel de personajes sagrados, dan la impresión de guardar un secreto insondable, aparecen ensimismadas en sus pensamientos, impenetrables y poéticas, irremediablemente atractivas.
Tampoco hemos de olvidar las templadas matronas romanas de Miguel Ángel, mujeres corpulentas en su serena madurez, o las mujeres de Velázquez, como esa digna Vieja friendo huevos. Excepcional es asimismo la anciana pintada por Luis Tristán (ca. 1585- Toledo 1624) que hoy vemos. Este pintor toledano se formó primero con el Greco y después viajó a Italia. La obra muestra a una devota vieja ataviada con una toca, con el rostro arrugado y expresión angustiada. Se tienen dudas sobre su identidad pero todo parece indicar que es un retrato. Aunque solía achacarse a las viejas una beatería falsa, Tristán la trata con sumo respeto. En este sentido, no nos resistimos a citar un divertido pasaje del Buscón de Quevedo que alude a ello:

Metió en casa la vieja por ama, para que guisase de comer y sirviese a los pupilos y despidió al criado porque le halló un viernes a la mañana con unas migajas de pan en la ropilla. Lo que pasamos con la vieja, Dios lo sabe. Era tan sorda que no oía nada; entendía por señas; ciega, y tan gran rezadora que un día se le desensartó el rosario sobre la olla y nos la trujo con el caldo más devoto que he comido. Unos decían: —«¡Garbanzos negros! Sin duda son de Etiopía». Otro decía: —«¡Garbanzos con luto! ¿Quién se les habrá muerto?».
Comentario de Susana Calvo Capilla

LAS IMAGENES HAN SIDO EXTRAIDAS DE:

"CENTRO VIRTUAL CERVANTES. CITAS EN CLAROSCURO"

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