Notas:

5.11.06

PINTURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XVII: DIEGO RODRÍGUEZ DE SILVA VELÁZQUEZ

El Triunfo de Baco o "Los Borrachos" (c. 1629)
Es bien sabido que este lienzo procede de las Colecciones Reales, pero se desconoce la fecha exacta de su realización. La mayoría de la crítica lo cree ejecutado entre los años 1628 y los inicios de 1629, aunque hay quien aduce que estaba ya acabado en 1626 y que fue modificado en parte por el artista a su regreso de su primer viaje a Italia (1629-1631). El hecho de que se conserve un documento de pago de la Tesorería Real, fechado en 1629, en el que consta que Velázquez recibió cien ducados por orden del rey Felipe IV: 'Por cuenta de una pintura de Baco que ha hecho en servicio de Su Magestad', parece confirmar la primera hipótesis. Se ha barajado la posibilidad de que tanto la elección del tema -es la primera incursión del artista sevillano en la Mitología- como el ambiente burlesco y distendido en que transcurre la acción, le fueron sugeridos a Velázquez por el pintor flamenco Rubens durante la segunda visita de éste a Madrid en 1628-1629. Quizá le contó una mascarada, celebrada en Bruselas, en que un personaje montado sobre un tonel, y coronado de guirnaldas de parra y racimos, desfiló ante los gobernadores acompañado de ocho muchachos. Se cree también plausible que Velázquez se inspirara para esta composición en una estampa publicada en 1596 por el grabador holandés Hendrik Goltzius. La estampa incluía un breve poema en el que un grupo de campesinos solicita a Baco "un poco de vino para aliviar su dolor y su pena". Pese a todo, siempre ha sorprendido el aspecto vulgar y un tanto insólito que presenta esta escena (tan ajena a las mitologías que se realizaban en Europa por entonces), lo que la ha hecho objeto de multitud de conjeturas respecto a su finalidad última. Hay quienes la creen una crítica irónica de los dioses paganos, una humanización de las historias mitológicas, o una exaltación del vino, el cual, tomado con moderación, alegra la vida de los hombres humildes (como se expresa en el poema de Goltzius), y favorece asimismo la inspiración poética. La acción tiene lugar al aire libre. Baco, muy iluminado desde la izquierda, y a medias cubierto con magníficas telas en tonos blancos y rosados, está sentado sobre un tonel con la cabeza ceñida de pámpanos y hiedra. Le acompañan dos supuestos miembros de su séquito. El dios procede a coronar a un hombre arrodillado ante él, mientras que los otros cuatro que se apiñan a su izquierda reflejan en sus rústicos semblantes los efectos de los vapores del vino. Dos de ellos dirigen sus miradas hacia el espectador como para hacerle partícipe de su alegría. En el ángulo superior derecho la figura embozada en la sombra resulta un contrapunto de la situada en el ángulo inferior izquierdo. Velázquez aún conserva aquí el gusto por el tenebrismo de su etapa sevillana y un sentido del modelado altamente naturalista, pero en el paisaje del fondo se advierte ya su magistral y ligera pincelada. El cuadro ingresó en el Museo del Prado en 1819, el mismo año de su inauguración.

Las hilanderas o "La fabula de aracne"

Diego Velázquez (1599-1660)Oleo sobre lienzo: 2,20 x 2,89Pintura Española (Siglo XVII)Fecha de la obra: hacia 1657 Aunque durante mucho tiempo se consideró a estas "Hilanderas" como un cuadro de género en el que se mostraba a unas mujeres trabajando en el taller de la fábrica de tapices de Santa Isabel, hoy ya está probado que se trata de un tema mitológico.Uno de los problemas que dificultaba la identificación del asunto que el pintor representa en esta obra radicaba en el hecho de que no perteneció a las colecciones reales, y no se tenía noticia documental alguna sobre la misma.Mediados los años cuarenta de nuestro siglo, hubo autores que, basándose en la propia entidad del cuadro y en esa complejidad y "ambigÜedad" de significados que nos ofrecen algunos de los lienzos más significativos de Velázquez, se resistieron a interpretarlo como una sencilla escena cotidiana. Sus dudas se despejaron poco después, cuando la investigadora Mª Luisa Caturla halló un inventario de las pinturas que poseía el montero del rey Felipe IV, Don Pedro de Arce, en el que figuraba una "Fábula de Aracne, de Velázquez", no conocida hasta el momento.Si bien la identificación de esta fábula con el tema del cuadro que nos ocupa ha sido admitida por la totalidad de los historiadores del arte, hay quienes van aún más lejos buscando en él significados ocultos y simbólicos. El que fuera una Apología de las Bellas Artes dirigida a demostrar la superioridad del arte de la pintura sobre la artesanía manual, o una Alegoría política basada en la "Iconología" de Ripa, son otras tantas lecturas que, en opinión de estos especialistas, pueden extraerse de esta obra tan rica en sugerencias.La "Fábula de Aracne", recogida de "Las Metamorfosis" de Ovidio", narra la contienda entre Minerva, diosa de las artes y de la guerra, y la orgullosa Aracne, famosa tejedora de la ciudad de Lidia, acerca de quién haría un tapiz mejor. La osadía de la joven no tuvo límites al representar en su obra una de las aventuras amorosas del padre de la diosa, Júpiter, por lo que ésta la convirtió en araña.La factura de Velázquez es ya extremadamente suelta, como podemos apreciar en el movimiento de la rueca. El lienzo pudo resultar dañado en el incendio del Alcázar, en 1734, por lo que sufrió unas adiciones. Hay un "arrepentimiento" visible en la cabeza de la muchacha de perfil de la derecha.

La fragua de Vulcano

Este hermoso asunto mitológico fue pintado por Velázquez durante su primera estancia en Italia. El viaje fue costeado por su señor Felipe IV para ampliar la formación de su joven pintor. Velázquez recorrió muchas ciudades italianas y se estableció algún tiempo en Roma. Ciertamente fue una ocasión única, una oportunidad de la que no pudo disfrutar ningún otro pintor español. Años después Velázquez volvería a Italia, ya como pintor consagrado, como agente artístico de su señor para adquirir obras de arte con destino a la decoración del nuevo Real Palacio del Buen Retiro.
Después de su primer viaje cambiaron muchos aspectos de su primera pintura juvenil: Velázquez abandonó paulatinamente el tenebrismo de su primera época, y sustituyó sus prietas pinceladas por otras más sueltas y pastosas.
Ello es fácil de observar en este lienzo que pintó en Roma y que trajo en su viaje de regreso: el tenebrismo ha desaparecido aún siendo una escena de interior, y la calidad suelta de la pincelada puede apreciarse en el esbozo de paisaje que se ve a través de la ventana. Sorprende además la belleza de esos desnudos sobre los que había trabajado en Italia al reflejo de la clasicista escuela boloñesa; nunca se había tratado el desnudo en España con ese gran sentido clásico.
Clásica es también la fábula que se evoca en la escena: Apolo desciende a las profundidades de la tierra donde trabaja el dios herrero Vulcano, para comunicarle que su esposa Venus le engaña con el dios de la guerra Marte.
Es prodigiosa la captación de un momento de la realidad -casi como una instantánea- reproduciendo una tan próxima sensación de la vida cotidiana de cualquiera de las abundantes “ferrerías” que funcionaban en la Corte.
En este lienzo inicia Velázquez el desarrollo de su capacidad para matizar la luz en busca de la sensación de espacio: lo que se ha llamado perspectiva aérea y que él mismo consagraría años después en Las Meninas.


MUSEO DEL PRADO

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente semblanza,ZP Nunca Mais, del genial pintor español y muy interesante la exposición sobre el arte que exponencialmente se refleja en las obras que has descrito.

Un saludo

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