«España sería ahora una tierra islamizada si las élites cristianas no hubieran reaccionado»
Manuel Calderón
MADRID-Quizá por ser francés, aunque de ascendencia valenciana, mira la historia de España desde una distancia que lo libera del oscurantismo con el que se siguen mirando todavía periodos clave de nuestro pasado y, así, considera a figuras detestadas como Isabel la Católica, o incluso Santa Teresa de Jesús, como artífices de la cultura y la nación española. Porque Joseph Pérez no duda en atribuir a España la construcción de un sentimiento nacional en el siglo XV en contra de la islamización de la Península. Ahora publica «Teresa de Ávila y la España de su tiempo» (Algaida), la biografía de una santa que no tenía nada de «santurrona».
-Así que Santa Teresa no era una beata ni, como usted dice, una santurrona.
-Fue muy religiosa, pero nada beata. Uno de los motivos por los que he escrito este libro es porque era una mujer que se rebela contra la mediocridad de la existencia. Hay que tener en cuenta que lo que le esperaba a una mujer en aquella época era casarse, llevar una vida retirada, ser la perfecta casada, estar a disposición de su marido, cuidarlo y nada más, sin ninguna perspectiva, a no ser que se casara con alguien de la aristocracia, pero para una mujer normal y pobre, llevar una vida independiente era imposible. Y a la que iba a ser Santa Teresa no le gustaba este futuro, lo dice ella textualmente: temía casarme. Ella era una chica normal, guapa, que llevaba una vida normal, quería divertirse, vestir bien, ponerse afeites, maquillarse, y era inteligente. Tuvo novio y se nos dice que fue ella la que rompió .
-Casi está describiendo a una mujer del siglo XX.
-Puede verse además en la recomendación que les da a las monjas cincuenta años después: no sabéis de la que os habéis librado, encerrándoos aquí en el convento os habéis librado de una especie de servidumbre. Pero lo que a mí me interesaba era cómo reaccionaba una mujer que se sabía inteligente y guapa en la sociedad de su época y no cabe duda de que, dado que el matrimonio no le permitía desarrollarse como ella quería, la única salida era el convento. Al principio no le gustaba y decía que era muy enemiga de ser monja, pero para su fortuna, acabó dando con un convento bastante relajado, el de la Encarnación de Ávila, donde podía recibir visitas, salir y disponía de un pequeño apartamento.
-¿Y realmente le satisfacía esa vida monacal?
-Parece ser que no. La reacción vino cuando se mentalizó de que, ya que estaba en un convento, había que llevarlo dignamente y con seriedad, y así entra en lo que ella llama la conversión y el misticismo y el deseo de ampliar esta reforma a las demás comunidades.
-Usted sostiene que el franquismo utilizó a Santa Teresa de la misma manera que lo hizo con Isabel la Católica, y que acabó distorsionando al personaje.
-Así es, pero fíjese que los liberales del siglo XIX tenían otro concepto de Isabel la Católica y de Teresa de Jesús. Consideraban a Isabel como una soberana, la última soberana nacional que tuvo España, que quiso hacer de esa tierra una nación moderna, echando a los moros de Granada, reunificando el reino, aplastando a la nobleza, restaurando la autoridad del Estado, poniendo orden en el comercio... Es decir, que estamos en el principio de una nación llena de posibilidades y que acaba siendo una de las primeras de Europa. El hecho de que tras la muerte de Franco los herederos de los liberales, que sería la izquierda, no hayan querido recuperar este aspecto me parece un error, porque Isabel la Católica permanece de lleno a la historia de España y es un punto clave en la formación de esta nación en la época moderna.
-También dice que en la Segunda República muchos consideraron a Santa Teresa una gran intelectual.
-Hay que tener en cuenta que en las Cortes de Cádiz, en 1812, retoman la perspectiva que tenían en el siglo XVII y quieren hacer de Santa Teresa, contra la ultraderecha de aquella época, patrona de España, porque ella representa otro aspecto del país, que no es la matamoros de la reconquista, es otra cosa, es la mística, la intelectualidad y el espíritu. Las lecturas que tuvo cuando joven, cuando con unos dieciocho años deja los libros de caballería para meterse en lo que ella llama obras serias, son Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo, San Agustín, San Gregorio... Instintivamente lee autores de categoría, no cualquier libro de piedad al uso, sino obras que hoy todavía están consideradas monumentos.
-Usted suele ser muy claro en el origen de la identidad española y habla de que nace con el rechazo al Islam.
-Hay un malentendido cuando se habla de convivencia de culturas. La hubo durante unos siglos, digamos que forzosa porque no se podía hacer de otra manera. Primero porque los moros necesitaban de judíos y cristianos y, después, cuando los cristianos toman más protagonismo en la península, porque necesitan de la ayuda del Islam que había desarrollado saberes que en el Cristianismo todavía no existían. Pero España era una nación que había sido romanizada, cristianizada y, a partir del siglo VIII, ocupada por los moros, arabizada primero e islamizada después. Ese fue el destino que tuvo África del norte. Sin nos fijamos bien, Túnez, Argelia y Marruecos son tierras romanizadas, cristianizadas y que, sin embargo, a raíz de la conquista árabe, han abandonado toda aquella herencia para transformarse en tierras islamistas. España hubiera tenido el mismo futuro si no hubiera reaccionado como lo hizo, sería una tierra islámica, y por eso España se construye rechazando ese destino.
Construcción nacional
-¿Pero era consciente del destino que le esperaba ?
-Claro, por lo menos los soberanos y sus élites. El camino de Santiago, las órdenes religiosas, el Cister..., son testimonios de este afán, de esta voluntad de las élites de la España cristiana para reintegrarse.
-Esa conciencia de España se contradice con el punto de vista que considera que el patriotismo español surge en la Guerra de la Independencia.
-La nación moderna nace efectivamente a principios del XIX con la Guerra de la Independencia, pero esto no quita para que antes hubiese una aproximación y se vaya formando esta idea de una comunidad cultural que se apoya en la fe y en rasgos comunes de civilización que van mucho más allá de Castilla, porque incluía toda la Península. Quevedo escribe a principios del XVII «España defendida» y dice que España consta de tres coronas: Portugal, Castilla y Aragón.
-Sin embargo, España no tuvo el proceso de nacionalización que, bajo su punto de vista, tuvo Francia a través de la educación y del Ejército.
-Es que la constitución del sentimiento nacional en Francia surge con la revolución y luego, durante el siglo XIX, se forjarán señas de identidad indispensables, como la escuela pública y laica, y el servicio militar, el pueblo en armas para defender a la patria. Yo, de niño, el 14 de julio iba al monumento en honor a los muertos de la guerra y cantábamos. España pierde ese espíritu en la misma época, porque el Ejército no cumplió ese papel de amalgama de la sociedad española, ya que, por ejemplo, quienes iban a la guerra de Cuba eran los que no tenían medios suficientes para pagar un reemplazo. ¿Cómo puede el pueblo considerar que la patria es suya si el impuesto de la sangre lo pagan los pobres?
-Usted tampoco acepta la idea de que España no se desarrolló al mismo paso que otras naciones europeas.
-Ninguna nación europea marcha al mismo paso. Hubo una época en que se aceptaba que había un modelo de desarrollo, que era el marcado por los ingleses, pero no tienen por qué haberlo seguido Francia, Italia o España. Cuando uno mira la evolución de Francia y España, el paralelismo es interesante. Hubo guerras civiles en Francia, la revolución, los legitimistas, la comuna y las hubo carlistas en España.
-Es decir, que Francia también tuvo su «leyenda negra».
-No cabe duda. Lo que le pasó a España en el 98, le sucedió en 1870 a Francia con su humillante derrota por parte de Alemania. Por eso creo que no hay que tener complejos y decir que España optó por apartarse. Digamos que tiene una evolución distinta pero no anormal.
Napoleón y Hitler
-¿Fueron entonces los escritores e intelectuales los que difundieron esta idea?
-De eso estoy seguro. La leyenda negra la crean los españoles, pero no tiene sentido avergonzarse de haber conquistado América, porque en todos los países ha habido páginas negras en su historia, como en Francia. Pensemos cómo fueron las guerras de religión en el siglo XVI, la matanza de San Bartolomé, donde murieron miles de personas en un día; un siglo después, cómo Luis XIV echa a los protestantes, que fue como la expulsión de los judíos de España; en la revolución, las matanzas; en la Comuna, más muertes todavía. Es decir, a nadie en Francia se le ocurriría pedir perdón, ahora sí... En cierta manera, pasa en España, donde muchos ciudadanos se avergüenzan de su propia historia. Algunos dicen, por ejemplo, que Napoleón es un precursor de Hitler porque estableció la esclavitud en las Antillas francesas... es cierto, pero no fue padre del nazismo, eso es una barbaridad, porque Napoleón es también el código civil y la igualdad de derechos y un modelo de administración ejemplar que se sigue aplicando en los Estados modernos.
-¿Y a qué se debe esa tendencia revisionista?
-Sólo tengo una sospecha: añoranza de lo que pudo ser Francia. ¿Y qué era Francia en 1945? Una nación derrotada y un presidente, Charles de Gaulle, que se las ingenia para que, aún así, figure entre las cinco potencias vencedoras. Y la realidad es que Francia pinta poco y, lo que es peor, puede convertirse en una potencia de segundo orden, decadente.
LA RAZÓN
Manuel Calderón
MADRID-Quizá por ser francés, aunque de ascendencia valenciana, mira la historia de España desde una distancia que lo libera del oscurantismo con el que se siguen mirando todavía periodos clave de nuestro pasado y, así, considera a figuras detestadas como Isabel la Católica, o incluso Santa Teresa de Jesús, como artífices de la cultura y la nación española. Porque Joseph Pérez no duda en atribuir a España la construcción de un sentimiento nacional en el siglo XV en contra de la islamización de la Península. Ahora publica «Teresa de Ávila y la España de su tiempo» (Algaida), la biografía de una santa que no tenía nada de «santurrona».
-Así que Santa Teresa no era una beata ni, como usted dice, una santurrona.
-Fue muy religiosa, pero nada beata. Uno de los motivos por los que he escrito este libro es porque era una mujer que se rebela contra la mediocridad de la existencia. Hay que tener en cuenta que lo que le esperaba a una mujer en aquella época era casarse, llevar una vida retirada, ser la perfecta casada, estar a disposición de su marido, cuidarlo y nada más, sin ninguna perspectiva, a no ser que se casara con alguien de la aristocracia, pero para una mujer normal y pobre, llevar una vida independiente era imposible. Y a la que iba a ser Santa Teresa no le gustaba este futuro, lo dice ella textualmente: temía casarme. Ella era una chica normal, guapa, que llevaba una vida normal, quería divertirse, vestir bien, ponerse afeites, maquillarse, y era inteligente. Tuvo novio y se nos dice que fue ella la que rompió .
-Casi está describiendo a una mujer del siglo XX.
-Puede verse además en la recomendación que les da a las monjas cincuenta años después: no sabéis de la que os habéis librado, encerrándoos aquí en el convento os habéis librado de una especie de servidumbre. Pero lo que a mí me interesaba era cómo reaccionaba una mujer que se sabía inteligente y guapa en la sociedad de su época y no cabe duda de que, dado que el matrimonio no le permitía desarrollarse como ella quería, la única salida era el convento. Al principio no le gustaba y decía que era muy enemiga de ser monja, pero para su fortuna, acabó dando con un convento bastante relajado, el de la Encarnación de Ávila, donde podía recibir visitas, salir y disponía de un pequeño apartamento.
-¿Y realmente le satisfacía esa vida monacal?
-Parece ser que no. La reacción vino cuando se mentalizó de que, ya que estaba en un convento, había que llevarlo dignamente y con seriedad, y así entra en lo que ella llama la conversión y el misticismo y el deseo de ampliar esta reforma a las demás comunidades.
-Usted sostiene que el franquismo utilizó a Santa Teresa de la misma manera que lo hizo con Isabel la Católica, y que acabó distorsionando al personaje.
-Así es, pero fíjese que los liberales del siglo XIX tenían otro concepto de Isabel la Católica y de Teresa de Jesús. Consideraban a Isabel como una soberana, la última soberana nacional que tuvo España, que quiso hacer de esa tierra una nación moderna, echando a los moros de Granada, reunificando el reino, aplastando a la nobleza, restaurando la autoridad del Estado, poniendo orden en el comercio... Es decir, que estamos en el principio de una nación llena de posibilidades y que acaba siendo una de las primeras de Europa. El hecho de que tras la muerte de Franco los herederos de los liberales, que sería la izquierda, no hayan querido recuperar este aspecto me parece un error, porque Isabel la Católica permanece de lleno a la historia de España y es un punto clave en la formación de esta nación en la época moderna.
-También dice que en la Segunda República muchos consideraron a Santa Teresa una gran intelectual.
-Hay que tener en cuenta que en las Cortes de Cádiz, en 1812, retoman la perspectiva que tenían en el siglo XVII y quieren hacer de Santa Teresa, contra la ultraderecha de aquella época, patrona de España, porque ella representa otro aspecto del país, que no es la matamoros de la reconquista, es otra cosa, es la mística, la intelectualidad y el espíritu. Las lecturas que tuvo cuando joven, cuando con unos dieciocho años deja los libros de caballería para meterse en lo que ella llama obras serias, son Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo, San Agustín, San Gregorio... Instintivamente lee autores de categoría, no cualquier libro de piedad al uso, sino obras que hoy todavía están consideradas monumentos.
-Usted suele ser muy claro en el origen de la identidad española y habla de que nace con el rechazo al Islam.
-Hay un malentendido cuando se habla de convivencia de culturas. La hubo durante unos siglos, digamos que forzosa porque no se podía hacer de otra manera. Primero porque los moros necesitaban de judíos y cristianos y, después, cuando los cristianos toman más protagonismo en la península, porque necesitan de la ayuda del Islam que había desarrollado saberes que en el Cristianismo todavía no existían. Pero España era una nación que había sido romanizada, cristianizada y, a partir del siglo VIII, ocupada por los moros, arabizada primero e islamizada después. Ese fue el destino que tuvo África del norte. Sin nos fijamos bien, Túnez, Argelia y Marruecos son tierras romanizadas, cristianizadas y que, sin embargo, a raíz de la conquista árabe, han abandonado toda aquella herencia para transformarse en tierras islamistas. España hubiera tenido el mismo futuro si no hubiera reaccionado como lo hizo, sería una tierra islámica, y por eso España se construye rechazando ese destino.
Construcción nacional
-¿Pero era consciente del destino que le esperaba ?
-Claro, por lo menos los soberanos y sus élites. El camino de Santiago, las órdenes religiosas, el Cister..., son testimonios de este afán, de esta voluntad de las élites de la España cristiana para reintegrarse.
-Esa conciencia de España se contradice con el punto de vista que considera que el patriotismo español surge en la Guerra de la Independencia.
-La nación moderna nace efectivamente a principios del XIX con la Guerra de la Independencia, pero esto no quita para que antes hubiese una aproximación y se vaya formando esta idea de una comunidad cultural que se apoya en la fe y en rasgos comunes de civilización que van mucho más allá de Castilla, porque incluía toda la Península. Quevedo escribe a principios del XVII «España defendida» y dice que España consta de tres coronas: Portugal, Castilla y Aragón.
-Sin embargo, España no tuvo el proceso de nacionalización que, bajo su punto de vista, tuvo Francia a través de la educación y del Ejército.
-Es que la constitución del sentimiento nacional en Francia surge con la revolución y luego, durante el siglo XIX, se forjarán señas de identidad indispensables, como la escuela pública y laica, y el servicio militar, el pueblo en armas para defender a la patria. Yo, de niño, el 14 de julio iba al monumento en honor a los muertos de la guerra y cantábamos. España pierde ese espíritu en la misma época, porque el Ejército no cumplió ese papel de amalgama de la sociedad española, ya que, por ejemplo, quienes iban a la guerra de Cuba eran los que no tenían medios suficientes para pagar un reemplazo. ¿Cómo puede el pueblo considerar que la patria es suya si el impuesto de la sangre lo pagan los pobres?
-Usted tampoco acepta la idea de que España no se desarrolló al mismo paso que otras naciones europeas.
-Ninguna nación europea marcha al mismo paso. Hubo una época en que se aceptaba que había un modelo de desarrollo, que era el marcado por los ingleses, pero no tienen por qué haberlo seguido Francia, Italia o España. Cuando uno mira la evolución de Francia y España, el paralelismo es interesante. Hubo guerras civiles en Francia, la revolución, los legitimistas, la comuna y las hubo carlistas en España.
-Es decir, que Francia también tuvo su «leyenda negra».
-No cabe duda. Lo que le pasó a España en el 98, le sucedió en 1870 a Francia con su humillante derrota por parte de Alemania. Por eso creo que no hay que tener complejos y decir que España optó por apartarse. Digamos que tiene una evolución distinta pero no anormal.
Napoleón y Hitler
-¿Fueron entonces los escritores e intelectuales los que difundieron esta idea?
-De eso estoy seguro. La leyenda negra la crean los españoles, pero no tiene sentido avergonzarse de haber conquistado América, porque en todos los países ha habido páginas negras en su historia, como en Francia. Pensemos cómo fueron las guerras de religión en el siglo XVI, la matanza de San Bartolomé, donde murieron miles de personas en un día; un siglo después, cómo Luis XIV echa a los protestantes, que fue como la expulsión de los judíos de España; en la revolución, las matanzas; en la Comuna, más muertes todavía. Es decir, a nadie en Francia se le ocurriría pedir perdón, ahora sí... En cierta manera, pasa en España, donde muchos ciudadanos se avergüenzan de su propia historia. Algunos dicen, por ejemplo, que Napoleón es un precursor de Hitler porque estableció la esclavitud en las Antillas francesas... es cierto, pero no fue padre del nazismo, eso es una barbaridad, porque Napoleón es también el código civil y la igualdad de derechos y un modelo de administración ejemplar que se sigue aplicando en los Estados modernos.
-¿Y a qué se debe esa tendencia revisionista?
-Sólo tengo una sospecha: añoranza de lo que pudo ser Francia. ¿Y qué era Francia en 1945? Una nación derrotada y un presidente, Charles de Gaulle, que se las ingenia para que, aún así, figure entre las cinco potencias vencedoras. Y la realidad es que Francia pinta poco y, lo que es peor, puede convertirse en una potencia de segundo orden, decadente.
LA RAZÓN
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