Quintana tenía un sueño. En su sueño se veía delante de mil niños, todos menores de tres años, algunos aún de pocos meses, vestidos con mandilones identitarios, y entonando a coro el himno gallego debidamente formados mientras se izaba la bandera. ¿Cuál? Justamente eso le quedaba por decidir. Si la de Galicia, o sea, la oficial, o la de Galiza, esto es, la del BNG. Iba a ser, no lo dudo, un espectáculo. La presentación en sociedad de la primera generación de patriotas galegos criados desde la tierna infancia al son de la música que constituye, Quintana dixit, “el material genético de un pueblo” y del himno que “agita el despertar de Galicia como nación”. Pues los nacionalistas no tienen complejos, como se jactó el citado, y si los falangistas montaron el Frente de Juventudes, ellos están resueltos a sobrepasarlos: quieren su frente infantil.
Pensaban hacerlo con las galescolas. Ya alertamos aquí, en mayo de 2006, de las intenciones nada ocultas del proyecto que urdía el Bloque. Pronto, en la vicepresidencia que le cedieron, descubrían que podían marcar con el hierro identitario las guarderías públicas, refundarlas a su imagen y semejanza, hacerlas monolingües y seleccionar al personal que mejor se aviniera a los fines de adoctrinamiento en las esencias de la irredenta patria. Todo se fue gestando con el consentimiento de los socialistas. A principios de este año se supo de los mandilones, los que debían identificar a los infantes como miembros “de una red institucional propia de Galicia con identidad propia”. Y Touriño mantuvo el gesto zapaterino, el de mirar para otro lado mientras los nacionalistas se le suben a las barbas. No en vano depende de ellos para seguir siendo ¡el Presidente! No en vano la adaptación socialista al nacionalismo ha alumbrado planes de Estatuto de nación, con Breogán o sin él; y no por azar han sido entusiastas promotores de la coacción lingüística.
Ellos repartieron kits a las embarazadas para que arrullaran a sus retoños en la lengua normativa. Y ellos pergeñaron el decreto que obliga a partir de este curso a impartir en gallego todas las materias troncales. Con estos antecedentes, ¿cómo iba a esperar Quintana que se le impidiera cumplir el sueño aquel? Y si no hubiera sido por los “predicadores mediáticos de Madrid”, como dice el susodicho, habríamos contemplado la escena de los patriotas bebés cantores al final del curso. Todavía no. La consejera de Educación ha osado advertir que eso sería “adelantarse”. No es que le parezca mal, sino prematuro. Touriño ha tenido que mirar de reojo, por una vez, el desafío para consignar que en ninguna parte se enseñan himnos a tan corta edad. ¿Y si se enseñaran en alguna parte?
Han parado el gol del himno, pero ante el monolingüismo impuesto los socialistas asienten encantados. No se oirá a los niños cantar a la nación de Breogán, pero se escuchará el crujido de la libertad atropellada, de la realidad lingüística de Galicia negada, de los derechos vulnerados. Y persistirá el inconfundible son del adoctrinamiento que emiten las galescolas. Claro que se tapan los oídos. Otros los tienen taponados: de las 24 guarderías montadas para la cría del alevín nacionalista, catorce se asienten en ayuntamientos regidos por el PP. Así son las cuentas. De momento. Los populares, en plena sordera, acaban de pedir más del mismo producto.
Cristina Losada en Libertad Digital
Pensaban hacerlo con las galescolas. Ya alertamos aquí, en mayo de 2006, de las intenciones nada ocultas del proyecto que urdía el Bloque. Pronto, en la vicepresidencia que le cedieron, descubrían que podían marcar con el hierro identitario las guarderías públicas, refundarlas a su imagen y semejanza, hacerlas monolingües y seleccionar al personal que mejor se aviniera a los fines de adoctrinamiento en las esencias de la irredenta patria. Todo se fue gestando con el consentimiento de los socialistas. A principios de este año se supo de los mandilones, los que debían identificar a los infantes como miembros “de una red institucional propia de Galicia con identidad propia”. Y Touriño mantuvo el gesto zapaterino, el de mirar para otro lado mientras los nacionalistas se le suben a las barbas. No en vano depende de ellos para seguir siendo ¡el Presidente! No en vano la adaptación socialista al nacionalismo ha alumbrado planes de Estatuto de nación, con Breogán o sin él; y no por azar han sido entusiastas promotores de la coacción lingüística.
Ellos repartieron kits a las embarazadas para que arrullaran a sus retoños en la lengua normativa. Y ellos pergeñaron el decreto que obliga a partir de este curso a impartir en gallego todas las materias troncales. Con estos antecedentes, ¿cómo iba a esperar Quintana que se le impidiera cumplir el sueño aquel? Y si no hubiera sido por los “predicadores mediáticos de Madrid”, como dice el susodicho, habríamos contemplado la escena de los patriotas bebés cantores al final del curso. Todavía no. La consejera de Educación ha osado advertir que eso sería “adelantarse”. No es que le parezca mal, sino prematuro. Touriño ha tenido que mirar de reojo, por una vez, el desafío para consignar que en ninguna parte se enseñan himnos a tan corta edad. ¿Y si se enseñaran en alguna parte?
Han parado el gol del himno, pero ante el monolingüismo impuesto los socialistas asienten encantados. No se oirá a los niños cantar a la nación de Breogán, pero se escuchará el crujido de la libertad atropellada, de la realidad lingüística de Galicia negada, de los derechos vulnerados. Y persistirá el inconfundible son del adoctrinamiento que emiten las galescolas. Claro que se tapan los oídos. Otros los tienen taponados: de las 24 guarderías montadas para la cría del alevín nacionalista, catorce se asienten en ayuntamientos regidos por el PP. Así son las cuentas. De momento. Los populares, en plena sordera, acaban de pedir más del mismo producto.
Cristina Losada en Libertad Digital
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