Notas:

1.4.08

JOSÉ ANTONONIO PRIMO DE RIVERA. ¡ PRESENTE !

José Antonio Primo de Rivera. ¡Presente!

Javier Pérez Pellón

Vuelvo a Roma, después de casi un mes de viaje por diversas partes de mi desunida y, cada vez más, desconocida patria española y en mi regreso a esta otra tierra, sucedánea de la mía, que es Italia, donde resido desde hace treinta y un años, sigo fascinado por lo que, para mí, era una novedad absoluta: los últimos días de una campaña electoral y las consiguientes elecciones que la siguieron el pasado 9 de marzo. Contemplaba, extasiado, los debates entre políticos (ya que de este modo se definían las marionetas que se sucedían, ininterrumpidamente, en sus cabriolas ante la pantalla televisiva) y en los posteriores juicios y comentarios de un buen número de mis colegas periodistas-politólogos, que se esforzaban en aparentar, con exhuberantes gesticulaciones y vocerío de grupo, más partidistas y facciosos que los mismísimos ministros, ministras, candidatos y candidatas al futuro Parlamento que, salidos de las más diversas reboticas donde, como píldoras tóxicas y de todos los colores, se elabora el poder rojo, azul, blanco, verde, negro y amarillo, aparecían, sin tregua ni pausa, en la caja tonta.

De vez en cuando cambiaba canal y contemplaba algún que otro debate de Hillary Clinton, Barack Obama y McCain y, naturalmente, el ver como allí, en Estados Unidos, con todo el “americanismo” que se quiera, pero con toda la seriedad, patriotismo y profundidad que requería el pensar que se estaba jugando el próximo futuro del mundo, y compararlo con la paletada de la campaña electoral española, cuya ambición caciqueña era obtener mayoría en Manresa, Éibar o Fuengirola, para ganar y chupar del bote, me producía una tristeza infinita.

De todo ello saqué una conclusión: que si el PSOE ganaba las elecciones, la victoria sería inmerecida y que si el PP las perdía, la derrota sería sacrosantamente merecida. Así es que, aunque siempre y a lo largo de estos treinta y un años he votado por correspondencia y este año pensaba hacerlo por Rosa Díez (nunca he conocido ni de cerca ni de lejos un colegio electoral español ni sé de qué forma están hechas las urnas, si son de cristal o de cartón, cuadradas o redondas, hexagonales u octagonales), llamé a uno de mis hijos y después de decirle que votara por quien le diera la gana, cogiera los sobres de mi mujer y el mío, que contenían las papeletas con las diversas opciones políticas y que, con prontitud de relojería suiza nos envía, como residentes en el extranjero, la Junta Electoral de Madrid, y que sin abrirlos los tirara directamente a la basura y, de esta forma, mezclándose con los más variados desperdicios consumarían el más noble de sus destinos.

Hubo un momento en que me sentí perdidamente desesperanzado, y fue cuando un envejecido y antiguo jefe de centuria del Frente de Juventudes, me estoy referiendo al bon vivant millonario de Felipe González que presidió un Gobierno, socialista, el más corrupto de la historia de España desde Godoy para acá y que, con esa forma groseramente chulesca de matón barriobajero que siempre le ha caracterizado, se deshacía en insultos contra su adversario político, en este caso Mariano Rajoy, tachándole de imbécil, vago y otras lindeces por el estilo. Como si él, digo yo, aparte de unos cuantos meses de abogado laborista, desde 1974, hubiera dado golpe alguno y no estuviera viviendo a costa de las tetas del Estado y de las consecuentes e innumerables prebendas que, teniendo su origen en el pródigo, !a la fuerza!, bolsillo de los españoles, han asegurado a su núcleo familiar un futuro próspero y feliz.

Me daba pena, parece que no tenemos remedio, el ver tratar al adversario político como enemigo a eliminar. Excavar, aún más profundo, el infame surco que separa a las dos Españas.

La última vez que presencié, ocasionalmente, un debate político en España fue, creo recordar, en 1994. Se trataba de una especie de cara a cara, no sé quién la tenía más dura, entre el cacique andaluz Manuel Chaves y el señorito andaluz Javier Arenas. Entre las cosas que prometía el primero, como si se tratara de un invento de la progresía socialista, esgrimió aquello de que “no se permitiría que ellos, en materia de educación, dejaran perder un solo talento por falta de recursos económicos”. Bien, yo estudié en la Universidad en tiempos en que el preámbulo de la Ley de Enseñanza Universitaria comenzaba con aquellas palabras de José Antonio Primo de Rivera, inspiradas en un pensamiento de Ortega y Gassset, las de “no se perderá ningún talento por falta de recursos económicos” y el cacique andaluz, Chaves, continuaba su mitin televisivo, enfrentado al señorito andaluz, un Arenas estupefacto e ignorante de la más reciente historia de nuestro país, que no sabía que responder. Mientras tanto, el cacique continuaba diciendo que su partido, el PSOE, deseaba ver a la mujer “alegre y faldicorta”, lo cual era plagiar otro pensamiento joseantoniano. Así es que, citando al fundador de la Falange, el cacique andaluz se alzaría con la victoria en las urnas.

Cubriendo la información para la TVE sobre una importante reunión del Fondo Monetario Internacional, que se celebraba en Manila, en septiembre del 1976, tuve ocasión de conocer y tratar a Rafael Antón Carratalá, el que fuera el más joven magistrado vocal del Tribunal Popular que, en noviembre de 1936, juzgara y condenara a muerte a José Antonio Primo de Rivera. Rafael Antón vivía, diría opulentamente, en un dorado exilio en Filipinas, donde había fundado una compañía mercantil que trabajaba, a su vez, para grandes empresas norteamericanas de aquella zona del Pacífico.

Me invitó varias veces a comer en los más lujosos y deliciosos restaurantes, entre ellos los de cocina china, de Manila y durante esas convivales jornadas me contó muchas cosas de aquel proceso judicial. Aunque no dudó en firmar la sentencia a muerte del fundador de la Falange, no pudo por menos de reconocer y admirar el extraordinario magnetismo y el entusiasta y generoso patriotismo que Primo de Rivera desprendía de su trato personal. Admiración que, como es sabido, también compartían Indalecio Prieto y Manuel Azaña, que hicieron todo lo posible para impedir la ejecución de la sentencia. Rafael Antón reconocía que el fusilamiento de José Antonio había sido un error descomunal que había hecho un flaquísimo servicio a la causa republicana por culpa, sobre todo, de aquel “estúpido y bárbaro cabestro” de Largo Caballero que tanto gustaría a Felipe González y a su alegre compañía de los Guerra, Serra, Solana…, hasta el punto de hacerle erigir una estatua de bronce en el Paseo de la Castellana de Madrid !Ver para creer!

La entrevista que hiciera a Rafael Antón se perdió en ese inmenso baúl de los recuerdos donde se han perdido tantos trozos de película censurada, pues, por aquel entonces, todavía en TVE, no estaba el horno para bollos.

Todo esto me ha venido en mente porque recordando estas visiones joseantonianas y viendo el famoso “talante” que nuestro Zapatero ha exhibido durante la pasada campaña electoral, no me cabe la menor duda que, como antaño lo hicieran el ex jefe de centuria del Frente de Juventudes Felipe González y el cacique andaluz Manuel Chaves…, leyendo los discursos y los escritos de José Antonio Primo de Rivera, hogaño el actual jefe socialista haya hecho lo mismo pues, más o menos, “su fe en el porvenir, su ilusión por el futuro de España…” no son más que adaptaciones del credo falangista a su presunto izquierdismo. Pero, como todos los plagios, también éste ha salido mal. No sólo confirmando la infalibilidad de la primera ley de Murphy, “si una cosa puede ir mal, lo hará”, sino porque primero J. L. Zapatero no le llega a José Antonio, valga la redundancia, ni a la suela de los zapatos, segundo porque su deslabazado “talante” y forma de comportarse carece del encanto personal, serio y profundo, de Primo de Rivera y, tercero, porque este último, como lo confesó más de una vez a Indalecio Prieto, estaba mucho más cerca del socialismo que lo que pueda estarlo el actual presidente del Gobierno español. Una sola cosa, quizás, les acomuna: ambos creen en el Estado autoritario bajo la vigilancia de un partido único. Sólo que ese pensamiento formaba parte del tiempo histórico que le tocó vivir a Primo de Rivera y el de Zapatero, en el tiempo actual, parece ser una memez antihistórica y sin sentido alguno.

Desde hace unos años a esta parte y merced a la ley histórica del péndulo y al inestimable esfuerzo de nuestros políticos y de la inmensa mayoría del vecindario regional, o sea la ciudadanía ibérica, estamos asistiendo, en España, en vez de a la “evolución” de su historia, a su más degenerado repliegue, a la “involución” de su historia, con la disgregación patria en pequeños reinos de taifas, la multiplicidad de leyes territoriales en materias de educación, de policía…, la ruptura del bellísimo castellano discriminándolo en favor de lenguas a medio parir, a veces artificialmente ininteligibles.

El castellano que inspiró las Cantigas de Alfonso X, codificó Nebrija elevándole a idioma universal y santificaron, con su verbo prodigioso, desde los mesteres de juglaría y clerecía, hasta Jorge Manrique, el Marqués de Santillana, Cervantes y todo el Siglo de Oro de nuestras literatura, hasta llegar a Ortega, Unamuno, Lorca y Machado y hoy castigado por paletas parlantinas dialectales sin garbo, sin gracia y sin historia.

Y después el bochornochoso espectáculo de nuestros cómicos de la legua y cantantes, más o menos afamados, con el disparate de sus declaraciones. Aunque ya sabemos que este sector de la sociedad española, estando pendiente de pingües subvenciones estatales, se ha especializado en correr en ayuda del vencedor, primero acudiendo al Palacio de El Pardo los 18 de julio, a rendir homenaje al Movimiento y a Franco, después corriendo a la “Bodeguilla” de Felipe González y ahora cubriendo de besos y de rosas los senderos que pisa Zapatero. !Bochornoso!

Un día de éstos nos despertaremos hallando otra vez aquella España rota cuya recomposición era la ilusión que guió a José Antonio y a cuyo noble deseo se unió toda una juventud de intelectuales, Laín Entralgo, García Valdecasas, Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Joaquín Ruiz Jiménez… Hoy los gurús ideólogos del nuevo régimen se llaman Felipe González, Solana, el tonto del pueblo, el equipo editorialista de Prisa, con más de un “convertido” desde el yugo y las flechas al puño en alto, y Rodolfo Chikilikuatre, con, quizás, el único auténtico valer de Fernando Savater que ha terminado por escapárseles del redil. !Un desastre!

¿A qué a lo mejor estaba decidido a votar a Rosa Díez porque vagamente me recordaba a una militante de la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera? !Vaya usted a saber!

Estrella Digital

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