Bueno, ¡ pues qué le vamos hacer !, ahora resulta que me ha dado por Beethoven. Desde hace unos cuantos días no escucho otra música que la suya: sus nueve sinfonías, su música de cámara, su ópera Fidelio, etc. Estoy todo el día con el "pinganillo" en la oreja, 8, 9, 10, 12 horas dale que te pego a Beethoven. Oir la música en estas condiciones es jodido y si hablamos de Beethoven más jodido si cabe, pero estos son los tiempos que nos han tocado vivir en los que casi todo es virtual e irreal cuando no enlatado, en conserva y plastificado. Y la música también. Pero a falta de pan.... En fin, la música de Beethoven (como toda la buena música) para poder disfrutarla y saborearla es mejor oirla en directo, en vivo, aunque eso hoy es tarea complicada por diversas razones. Y todavía mejor que oir la música en directo es estar dentro de la música, cantarla o tocarla, estar en su núcleo, o como se dice vulgarmente "estar en el ajo". Bueno, todas estas cosas las estaba pensando hace un rato cuando estaba escuchando el cuarto movimiento de la novena sinfonía. Pocas cosas existen en esta vida que produzcan mayor placer ni satisfacción (ni siquiera el sexo) que estar en un coro con 100 ó 200 coristas cantando a Beethoven o a J.S. Bach. ¿Lo habeis probado? Es una sensación que te inunda el alma y el espíritu y que dura muchos días. Es un sentimiento diferente a los demás y que no se puede comparar con nada. En fin, que formar parte integrante de un coro que cante este cuarto movimiento o cualquiera de las cantatas o misas de Bach es algo indescriptible, sublime, grandioso, pero claro, estamos hablando de la música clásica vocal, en definitiva, de la voz humana y eso ya lo dejo para otro día.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario