De Michael Jackson ya nadie habla, porque nada hay que decir, porque nada nos ha dejado como no sea ver en la televisón a algunos imitadores saltimbanquis sobre un escenario, no sé si lo imitan a él o a los monos de la selva o a ambos. Su música fue y es irrelevante. Mucha escenografía, mucha pose, mucha puesta en escena, mucha lucecita y mucho fuego de artificio, pero de música, música, nada de nada. Michael Jackson fue un producto de consumo, de usar y tirar, se dedicó en vida a vender discos, podía haberle dado por vender escobas, pero no, vendía discos lo cual no quiere decir que fuese músico. Era un simple y vulgar vendedor, nada más, ahora ya nadie habla de él. Lógico.
De Tomás Luis de Victoria seguimos hablando y aprendiendo porque su música ha perdurado y trascendido, sin la parafernalia actual, durante más de cuatrocientos años y a pesar de que no "está de moda". Su música, su polifonía, es admirable por la estructura de sus obras, por sus textos, por su armonía por la emoción que nos transmite. Es puro sentimiento, pura emotividad, algo así como llevar el alma sobre la piel. Después de Tomás Luis de Victoria allá por el año 1600 han venido todos los demás. Y el resto, aquí estamos, disfrutando de su música, hablando de él y preguntándonos cómo es posible componer semejante obra de arte sin apenas recursos. La respuesta creo que hay que buscarla en una sintesis entre cristianismo y talento músical. O algo parecido.
Y además fue español. Por algo será.
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