La gente sigue haciendo el camino, su camino, a pesar de esta repugnante socialdemocracia, cada uno con su cruz en la mochila y con un palo y un poco de agua para no morir en el intento. Es igual que lo mires en febrero o en septiembre, siempre verás peregrinos, no importa que el año sea santo o que el Papa vaya a Santiago, el camino siempre está ahí repleto de penitentes caminando ensimismados en el rezo, penando con su cruz a cuestas porque saben que al llegar a Santiago todos sus pecados, sus malas obras, sus malas conductas les serán perdonados. Sobrecoge ver algunos tramos del camino porque da la impresión que media Europa va desesperada a Santiago a implorarle al apostol para que nos libre de tanto asamantecas, de tanto ladrón, de tanto sinvergüenza, pero en general cada cual va cargando con su cruz. Se ve en sus caras.
Hay otros caminos que no van a Santiago, otras formas de hacernos más humildes y quitarnos este dichoso orgullo, esta vanidad, esta prepotencia, esta chuleria de la que todos alardeamos. Es una forma de rezar, viajando a las puertas de la locura y de la demencia visitanto una residencia de ancianos. Allí está el espejo en el que vemos en lo que todos acabaremos tarde o temprano, piltrafas humanas. No conozco otro remedio más infalible que este para comprender lo que significa ser humilde y lo banales, lo insignificantes, lo fragiles que somos las personas, allí podeis contemplar la demencia senil, el alzheimer, la locura en su sentido más literal, el cuerpo deteriorado, inservible a veces con tan solo un abrir y cerrar de sus ojos que se te clavan en el alma y otras veces ni eso. Es la muerte en forma de vida que está en el camino de cada uno de nosotros pero que no queremos ver.
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