Hemos alcanzado tal estado de perversión y envilecimiento mental con las fiestas de Navidad que está ocasionando sobre todo dos efectos:
1.- El de aquellos que alucinan con tanta bombilla de discoteca que los ayuntamientos colocan por las calles, confundiendo y haciendo creer a la gente que la Navidad es un carnaval, en donde están proscritos los símbolos religiosos católicos, y solamente se permiten para la ocasión las lucecitas y destellos de colores.
2.- El de quienes desvarian equiparando la Navidad con las vacaciones, la paga extraordinario y el consumo, lo cual tiene cierta lógica en un país de más de tres millones de funcionarios.
A unos y a otros les trae al pairo el origen de la Navidad o el nacimiento de Cristo. Se trata de agarrar una buena melopea y de holgazanear lo más posible. Son las navidades laicas, por lo civil.
A algo así aspiran también buena parte de quienes confunden el Camino de Santiago con una competición deportiva de orientación y resistencia.
Los unos y los otros, malditos seais.
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