Notas:

24.7.05

EL JUNTA-CADÁVERES

Si hay alguien en la política española experto en escupir sobre las tumbas y en traficar con la memoria de los muertos, ese alguien es Pérez Rubalcaba, un amasijo de ruindad y de mala baba que algunos se empeñan en llamar inteligencia. Tras esos aires de duendecillo revoltoso, de Merlín cutrimangui y alopécico, se oculta un profesional de la carroña, un buitre que hunde el pico en la agonía de los que ya no pueden defenderse. Gasta fama de listo el personaje y de ser uno de esos tipos tan agudos que están a la que salta y ven crecer la hierba (Rubalcaba la ve crecer y ZP va y se la merienda; tal para cual, el binomio perfecto). En este país de pícaros y jaques, de puñaladas al bies y de cuchillos cachicuernos, tenemos por costumbre inveterada confundir la mezquindad con el talento. Cualquier sinvergüenza, aquí, acaba siendo Einstein, mientras un coro de bobos alelados transforma el esperpento en una tragedia griega. Alfredito Pérez Rubalcaba, ese alfeñique tramposo y contumaz que ha dado matarile a la decencia, quiere ser El Padrino del PSOE, el que mueve los hilos de las marionetas. Sin embargo, el «fatum » onamástico le ha condenado a ser Fredo, aquel hijo tonto de don Vito que le metía mano a las coristas machaconamente y que acabó en el lodo de un pantano comido a besos fríos por los peces. Pérez Rubalcaba es «el juntacadáveres », por decirlo a la manera luminosa de Juan Carlos Onetti. Su rastro está marcado por un reguero de cal viva que conduce de las cloacas del Estado a las letrinas de la España más negra. Se arremolina en el ciclón de necrofagia de las jornadas posteriores al «shock » del 11-M y acaba, de momento, en la burla cobarde y chulanesca dirigida a Rafael Hernando, el diputado popular que acababa de dar tierra a una de las víctimas de ese incendio criminal del que, por cierto, ha salido huyendo ZP como un Marco Polo de opereta. Fredo Rubalcaba es La Santa Compaña recorriendo la noche de los secretos oficiales y la niebla espesísima de los contubernios y llevando cosida a sus zapatos una confusa algarabía de ánimas en pena. Un juntacadáveres, ya digo, insistiendo en Onetti. Y no porque el cuitado haya matado a nadie (Dios nos libre de insinuar tal disparate... Dios y los jueces) sino porque todo, a su alrededor, es pestilencia. Alejado, por pura pose, de las pompas mundanas, las fúnebres, en cambio, se le dan de miedo. De miedo «sensu stricto », que hay que tenerlos muy agarrapiñados para no acongojarse cuando sonríe este sujeto. Ya que Manuel Marín hace de Loco de la Colina en las alturas del Congreso, Pérez Rubalcaba es El Risitas, pero con maldita sea la gracia y con más mala sombra que los eucaliptos de Huelva. Por estas latitudes nos reímos de todo y no nos hace falta haber leído a Bergson para saber que la risa, amén de un humanismo, es una forma de higiene. Nos reímos de todo, menos de los difuntos, por supuesto. Quédese tal arte para los rufianes y los chuchumecos. Para aquellos que, como Rubalcaba, son tan listos que uno, porque no diga nadie que se les parece, prefiere ser tomado por imbécil.

Tomás Cuesta (La Razón)

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