¿Por qué han tenido lugar los disturbios? A partir de muchos de los relatos en la prensa, uno pensaría que el caos es producto de las diferencias sociales, de la alta tasa de desempleo y del consiguiente resentimiento social. Pero esto sólo no explica por qué los católicos u otros pobres de Francia no se han unido a esta barbarie claramente protagonizada por jóvenes musulmanes.
Los disturbios se han prolongado hasta la fecha durante ya casi dos semanas en París y alrededores y más recientemente se han extendido por el resto del país. La noche del jueves 3 de noviembre, alborotadores musulmanes quemaban 315 coches. En la semana anterior, incendiaban 177 vehículos y pegaban fuego a numerosos negocios, una oficina de correos y dos escuelas. Han arrasado 20 ciudades y disparado a policía y bomberos. En un episodio que resume el fracaso de los esfuerzos de Francia por crear un islam nacional y dócil, cuando el líder musulmán moderado Dalil Boubakeur, director de la mezquita de París, intentó reinstaurar la calma, su coche fue apedreado y él tuvo que salir corriendo.
Los disturbios comenzaron el 27 de octubre cuando dos adolescentes musulmanes huían de la policía, que pedía los documentos de identificación — porqué salieron corriendo no está claro aún. La policía no los persiguió, pero evidentemente los adolescentes pensaron que estaban siendo perseguidos; se escondieron eventualmente en una subestación eléctrica, donde se electrocutaron accidentalmente. Esa noche, jóvenes musulmanes tomaban las calles por primera vez, arrojando piedras y botellas a la policía, quemando coches y destrozando propiedades. Al día siguiente, los alborotadores, arrojando piedras, botellas y cócteles Molotov, herían a 23 policías del suburbio parisino de Clichy-sous-Bois. La violencia se prolongó durante los días siguientes; más coches destruidos y más policías heridos. A continuación, el sábado 30 de octubre, un proyectil de gas alcanzaba una mezquita, enfureciendo aún más a los musulmanes locales; el Ministro del Interior francés, Nicolas Sarkozy, indicaba crípticamente en cierto sentido, “estoy, por supuesto, localizable para el imán de la mezquita de Clichy, para poner a su disposición todos los detalles con el fin de que comprenda cómo y porqué alcanzó esta mezquita un proyectil de gas lacrimógeno”. Desde entonces, los disturbios han continuado sin descanso, desafiando los llamamientos a la calma del Presidente francés Jacques Chirac entre otros. La crisis amenaza ahora con hundir al gobierno francés.
¿Por qué han tenido lugar los disturbios? A partir de muchos de los relatos, uno pensaría que los disturbios han sido causados por el fracaso de Francia a la hora de implementar el marxismo. “El malestar”, explicaba un despacho de la agencia Associated Press, "destaca la división entre las grandes ciudades de Francia y sus suburbios pobres con frustración hirviente en proyectos de vivienda en zonas marcadas por las elevadas tasas de paro, de criminalidad y de pobreza“. Otra noticia de AP afirmaba internamente que los disturbios estaban causados por “las pobres condiciones en los proyectos de vivienda de la zona de París”.
Reuters estaba de acuerdo con la atribución por parte de AP de todo el malestar a la injusticia económica, y añadía en una sugerencia de racismo: “El descontento en los suburbios del norte y del este, densamente poblados por minorías de magrebíes y subsaharianos, ha sido alimentado por la frustración entre los jóvenes de la zona a la hora de conseguir empleos y reconocimiento en la sociedad francesa”. Deutsche Presse Agentur llamaba “un foco de tensión desde hace tiempo de desempleo, crimen y otros problemas sociales” al ascenso de la vivienda pública en los suburbios de París.
Uno se quedaría con la impresión de esto de que Francia está gobernada por capitalistas fumadores de puros y sombrero de copa, que amasan sus fortunas a instancias de los pobres, en lugar de por socialistas y cuasi-socialistas que en realidad han agrietado la economía dedicando enormes cantidades de dinero a programas de salud y bienestar social. La idea de que los disturbios han sido causados por desigualdades sociales tampoco explica por qué los católicos u otros pobres de Francia no se han unido a los musulmanes desenfrenados. Por supuesto, todas las agencias de noticias o han omitido completamente que los salvajes son musulmanes, o bien lo han mencionado de pasada. El lector ocasional no sería capaz de escapar a la impresión de que lo que está ocurriendo en Francia tiene que ver exclusivamente con la economía — y la raza.
Las zonas más castigadas por los disturbios, según Reuters, son “hogar de minorías africanas negras o norteafricanas que se sienten excluidas de la sociedad francesa”. AP arrojaba algo de luz sobre esta sensación de exclusión: “La violencia también plantea dudas del éxito del modelo de Francia de buscar integrar a su enorme población inmigrante — su población musulmana, estimada en 5 millones de personas, es la más grande de Europa Occidental — rebajando las diferencias entre los grupos étnicos. En lugar de sentirse bien recibidos como ciudadanos completos e iguales, los inmigrantes y sus hijos nacidos en Francia se quejan de hostigamiento policial y de ser rechazados en las ofertas de empleo y vivienda”.
Así que, evidentemente, el fracaso de Francia a la hora de estar a la altura de su política de rebajar las diferencias entre grupos étnicos ha alimentado la hirviente cólera que ahora se ha desbordado en los disturbios. Sin embargo, Francia ha hecho en la práctica exactamente lo opuesto a rebajar las diferencias entre grupos étnicos. En su imprescindible Eurabia: El eje Euro-Árabe, la historiadora Bat Ye'or detalla una serie de acuerdos entre la Unión Europea y la Liga Árabe que garantizan que los inmigrantes musulmanes de Europa no estarían obligados en ningún sentido a adaptarse a “las costumbres de los países anfitriones”. Por el contrario, el Simposio de Hamburgo de Diálogo Euro-Árabe de 1983, simplemente por utilizar uno de tantos ejemplos, recomendaba que los europeos no musulmanes “fueran sensibilizados del contexto cultural de los inmigrantes, promoviendo actividades culturales de las comunidades inmigrantes o 'suministrando información adecuada acerca de la cultura de las comunidades inmigrantes en el plan de estudios escolar'”. No sólo eso: “El acceso a los medios debe facilitarse a los inmigrantes para garantizar 'información regular en su propio lenguaje acerca de su propia cultura así como de las condiciones de vida en su país anfitrión'”.
La Unión Europea ha implementado durante décadas tales recomendaciones — tan alejadas de rebajar las diferencias entre grupos étnicos que en su lugar, se han quedado mirando de brazos cruzados con aprobación mientras los inmigrantes constituían enclaves islámicos sin asimilar dentro de Europa. En realidad, como demuestra Bat Ye'or, han garantizado a la Liga Árabe en múltiples acuerdos que ayudarían en la creación y mantenimiento de tales enclaves. La ignorancia de la ideología de la yihad entre los funcionarios europeos ha permitido que esa ideología se extienda en esos enclaves, sin supervisión hasta hace relativamente poco.
Por lo tanto, entre una generación de musulmanes nacidos en Europa, cifras significativas no tienen sino desprecio y desdén hacia sus tierras natales, y lealtad únicamente hacia la umma musulmana y las tierras de nacimiento de sus padres. Los que continúan llegando a Europa desde países musulmanes son animados a mantener las mismas posturas de las comunidades islámicas de Europa mediante el aislamiento autoimpuesto o incitado de otro modo. La Liga Árabe Europea, un grupo musulmán de defensa que opera en Bélgica y Holanda, afirma como parte de su “visión y filosofía” que “creemos en una sociedad multicultural como modelo social y político en el que coexisten distintas culturas con derechos iguales ante la ley”. Rechazan vigorosamente cualquier idea de asimilación o integración en las sociedades europeas: “No queremos asimilarnos y no queremos quedarnos atascados a medio camino. Queremos fomentar nuestra propia identidad al tiempo que somos ciudadanos valiosos respetuosos con la ley de los países en que vivimos. Para lograr eso, es imperativo para nosotros enseñar el lenguaje y la historia árabe a nuestros hijos y la fe islámica. Nos resistiremos a cualquier intento de privarnos de nuestro derecho a nuestra propia identidad religiosa y cultural, puesto que creemos que es uno de los derechos humanos más fundamentales”. Dyab Abou Jahjah, el fundador de la AEL, detenido en persona en noviembre del 2002 y acusado de incitar a los musulmanes de Amberes a manifestarse violentamente (el Primer Ministro belga Guy Verhofstadt dijo que la AEL intentaba “sembrar el terror en la ciudad” [2]), ha declarado: “La asimilación es la violación cultural. Significa renunciar a tu identidad, convirtiéndote en igual a los otros”. Dedujo que los musulmanes europeos tienen derecho a traer la ideología de la yihad y la sharia a Europa, quejándose de que en Europa “aún podemos comer determinados platos de Oriente Medio, pero no puedes tener determinados pensamientos que se basan en ideologías e ideas de Oriente Medio”.
¿Qué clase de ideologías? Quizá Hani Ramadán, nieto del fundador de la Hermandad Musulmana Hasán al-Banna y hermano del conocido y autoproclamado portavoz musulmán “moderado” Tarik Ramadán, dio una muestra cuando defendió el castigo tradicional islámico de la sharía de lapidar por adulterio en el diario parisino Le Monde. En Dinamarca, la político Fátima Shah se hizo eco de los mismos sentimientos en noviembre del 2004. Ese mismo mes, el cineasta Theo Van Gogh, que había rodado la película Sumisión acerca de la opresión de las mujeres por la ley islámica, era asesinado en Holanda por un musulmán, Mohammed Bouyeri. Bouyeri declaraba más tarde ante el tribunal: “Hice lo que hice puramente por mis creencias. Quiero que sepáis que actué por convicción y no le quité su vida porque fuera holandés o porque yo sea marroquí y me sintiera insultado”. En otras palabras, su problema era religioso, no racial: Van Gogh había blasfemado contra el islam, y por lo tanto, según la ley islámica, tenía que morir. Llamativamente, Bouyeri sostuvo durante su juicio que no reconocía la autoridad del tribunal holandés, sino solamente la ley del islam.
¿Cuántos musulmanes europeos comparten los sentimientos de Mohammed Bouyeri? ¿Cuántos de éstos participan en los disturbios de esta semana en París? Aliviar el desempleo y la pobreza musulmanes no hará nada en última instancia por alterar este rechazo a los valores europeos por parte de cifras crecientes de personas que sólo son europeos geográficamente. Y el problema no puede ser ignorado. Porque Francia no está sola: los musulmanes de Århus, Dinamarca, también llevan causando disturbios esta semana. Y en Francia, Sarkozy revelaba recientemente que los disturbios de esta semana apenas son un estallido particularmente intenso de un patrón de violencia en curso: declaraba a Le Monde que entre 20 a 40 coches arden en los intranquilos suburbios musulmanes de París cada noche, y nada menos que 9000 coches de policía han sido apedreados desde principios de 2005.
La culpa de los alborotos en Francia hasta el momento se ha centrado bastante en las duras declaraciones de Sarkozy respecto a poner fin a esta violencia. El 19 de octubre declaraba de los suburbios que “deben ser limpiados — vamos a dejarlos tan limpios como una patena”. Seis días después de esto, manifestantes musulmanes le tiraron piedras y botellas cuando visitaba el suburbio de Argenteuil. Ha sido criticado desde todos los frentes por llamar a los gamberros “escoria”; uno de ellos respondía, “no somos escoria; somos seres humanos, pero se nos descuida”. No obstante, como solución, el mismo hombre sólo recomendaba más negligencia, diciendo de la policía antidisturbios de París: “Si ellos no vinieran aquí, a nuestra zona, no ocurría nada. Si vienen aquí es para provocarnos, así que les respondemos”. Otros se quejaban del tratamiento duro recibido desde el 11 de Septiembre por parte de la policía que busca terroristas: “Es el modo en que detienen y buscan gente, haciendo que se arrodillen entre las piernas mientras les coloca frente a la pared. Mezclan a estudiantes con los peores delincuentes, pero estos jóvenes no han hecho nada malo”.
Pero por supuesto, todos estos problemas son exacerbados por la política de no-asimilación que el gobierno francés y la población musulmana han perseguido durante tanto tiempo: los alborotadores son parte de una población que nunca se ha considerado francesa. Tampoco los funcionarios franceses parecen capaces o están dispuestos a afrontar que éste es hoy el núcleo del problema. Es probable que los disturbios sólo resulten de la intensificación de los problemas que los causaron: si los funcionarios franceses ofrecen una solución cómoda a los musulmanes, sólo redundará probablemente en la intensificación de la identidad islámica, a menudo en sus manifestaciones más radicales, entre los musulmanes franceses. La respuesta francesa a los disturbios es probable que se desenvuelva según las directrices de la decisión de funcionarios de Holanda el pasado mayo: rehusaron prohibir un libro llamado De weg van de Moslim (El camino del musulmán), incluso aunque pedía que los homosexuales fueran lanzados de cabeza desde edificios altos. El consejo municipal de la ciudad de Ámsterdam no quiso contravenir “la libertad de expresión”.
Esa decisión es un pequeño ejemplo de lo que demuestran los disturbios de París a gran escala: el estrepitoso fracaso de la filosofía multicultural que afirma disparatadamente que los grupos pueden coexistir dentro de una nación sin noción alguna de que al menos deben compartir algunos valores básicos. Los franceses pagan hoy el precio de asumir contra toda evidencia que Francia podría absorber a una población que sostiene valores enormemente distintos de los de la población anfitriona sin consecuencias negativas para ninguna de las dos.
Que los funcionarios franceses no den muestra alguna, bien entrada la segunda semana de los disturbios de París, de reconocer que este choque de valores es el corazón del problema sólo garantiza que antes de poder decir que sus dificultades con su población musulmana quedan atrás, muchos coches más serán quemados, muchos edificios más serán incendiados y muchas más vidas serán destruidas.
Fuente: El Iberoamericano
Autor: Robert Spencer
Los disturbios se han prolongado hasta la fecha durante ya casi dos semanas en París y alrededores y más recientemente se han extendido por el resto del país. La noche del jueves 3 de noviembre, alborotadores musulmanes quemaban 315 coches. En la semana anterior, incendiaban 177 vehículos y pegaban fuego a numerosos negocios, una oficina de correos y dos escuelas. Han arrasado 20 ciudades y disparado a policía y bomberos. En un episodio que resume el fracaso de los esfuerzos de Francia por crear un islam nacional y dócil, cuando el líder musulmán moderado Dalil Boubakeur, director de la mezquita de París, intentó reinstaurar la calma, su coche fue apedreado y él tuvo que salir corriendo.
Los disturbios comenzaron el 27 de octubre cuando dos adolescentes musulmanes huían de la policía, que pedía los documentos de identificación — porqué salieron corriendo no está claro aún. La policía no los persiguió, pero evidentemente los adolescentes pensaron que estaban siendo perseguidos; se escondieron eventualmente en una subestación eléctrica, donde se electrocutaron accidentalmente. Esa noche, jóvenes musulmanes tomaban las calles por primera vez, arrojando piedras y botellas a la policía, quemando coches y destrozando propiedades. Al día siguiente, los alborotadores, arrojando piedras, botellas y cócteles Molotov, herían a 23 policías del suburbio parisino de Clichy-sous-Bois. La violencia se prolongó durante los días siguientes; más coches destruidos y más policías heridos. A continuación, el sábado 30 de octubre, un proyectil de gas alcanzaba una mezquita, enfureciendo aún más a los musulmanes locales; el Ministro del Interior francés, Nicolas Sarkozy, indicaba crípticamente en cierto sentido, “estoy, por supuesto, localizable para el imán de la mezquita de Clichy, para poner a su disposición todos los detalles con el fin de que comprenda cómo y porqué alcanzó esta mezquita un proyectil de gas lacrimógeno”. Desde entonces, los disturbios han continuado sin descanso, desafiando los llamamientos a la calma del Presidente francés Jacques Chirac entre otros. La crisis amenaza ahora con hundir al gobierno francés.
¿Por qué han tenido lugar los disturbios? A partir de muchos de los relatos, uno pensaría que los disturbios han sido causados por el fracaso de Francia a la hora de implementar el marxismo. “El malestar”, explicaba un despacho de la agencia Associated Press, "destaca la división entre las grandes ciudades de Francia y sus suburbios pobres con frustración hirviente en proyectos de vivienda en zonas marcadas por las elevadas tasas de paro, de criminalidad y de pobreza“. Otra noticia de AP afirmaba internamente que los disturbios estaban causados por “las pobres condiciones en los proyectos de vivienda de la zona de París”.
Reuters estaba de acuerdo con la atribución por parte de AP de todo el malestar a la injusticia económica, y añadía en una sugerencia de racismo: “El descontento en los suburbios del norte y del este, densamente poblados por minorías de magrebíes y subsaharianos, ha sido alimentado por la frustración entre los jóvenes de la zona a la hora de conseguir empleos y reconocimiento en la sociedad francesa”. Deutsche Presse Agentur llamaba “un foco de tensión desde hace tiempo de desempleo, crimen y otros problemas sociales” al ascenso de la vivienda pública en los suburbios de París.
Uno se quedaría con la impresión de esto de que Francia está gobernada por capitalistas fumadores de puros y sombrero de copa, que amasan sus fortunas a instancias de los pobres, en lugar de por socialistas y cuasi-socialistas que en realidad han agrietado la economía dedicando enormes cantidades de dinero a programas de salud y bienestar social. La idea de que los disturbios han sido causados por desigualdades sociales tampoco explica por qué los católicos u otros pobres de Francia no se han unido a los musulmanes desenfrenados. Por supuesto, todas las agencias de noticias o han omitido completamente que los salvajes son musulmanes, o bien lo han mencionado de pasada. El lector ocasional no sería capaz de escapar a la impresión de que lo que está ocurriendo en Francia tiene que ver exclusivamente con la economía — y la raza.
Las zonas más castigadas por los disturbios, según Reuters, son “hogar de minorías africanas negras o norteafricanas que se sienten excluidas de la sociedad francesa”. AP arrojaba algo de luz sobre esta sensación de exclusión: “La violencia también plantea dudas del éxito del modelo de Francia de buscar integrar a su enorme población inmigrante — su población musulmana, estimada en 5 millones de personas, es la más grande de Europa Occidental — rebajando las diferencias entre los grupos étnicos. En lugar de sentirse bien recibidos como ciudadanos completos e iguales, los inmigrantes y sus hijos nacidos en Francia se quejan de hostigamiento policial y de ser rechazados en las ofertas de empleo y vivienda”.
Así que, evidentemente, el fracaso de Francia a la hora de estar a la altura de su política de rebajar las diferencias entre grupos étnicos ha alimentado la hirviente cólera que ahora se ha desbordado en los disturbios. Sin embargo, Francia ha hecho en la práctica exactamente lo opuesto a rebajar las diferencias entre grupos étnicos. En su imprescindible Eurabia: El eje Euro-Árabe, la historiadora Bat Ye'or detalla una serie de acuerdos entre la Unión Europea y la Liga Árabe que garantizan que los inmigrantes musulmanes de Europa no estarían obligados en ningún sentido a adaptarse a “las costumbres de los países anfitriones”. Por el contrario, el Simposio de Hamburgo de Diálogo Euro-Árabe de 1983, simplemente por utilizar uno de tantos ejemplos, recomendaba que los europeos no musulmanes “fueran sensibilizados del contexto cultural de los inmigrantes, promoviendo actividades culturales de las comunidades inmigrantes o 'suministrando información adecuada acerca de la cultura de las comunidades inmigrantes en el plan de estudios escolar'”. No sólo eso: “El acceso a los medios debe facilitarse a los inmigrantes para garantizar 'información regular en su propio lenguaje acerca de su propia cultura así como de las condiciones de vida en su país anfitrión'”.
La Unión Europea ha implementado durante décadas tales recomendaciones — tan alejadas de rebajar las diferencias entre grupos étnicos que en su lugar, se han quedado mirando de brazos cruzados con aprobación mientras los inmigrantes constituían enclaves islámicos sin asimilar dentro de Europa. En realidad, como demuestra Bat Ye'or, han garantizado a la Liga Árabe en múltiples acuerdos que ayudarían en la creación y mantenimiento de tales enclaves. La ignorancia de la ideología de la yihad entre los funcionarios europeos ha permitido que esa ideología se extienda en esos enclaves, sin supervisión hasta hace relativamente poco.
Por lo tanto, entre una generación de musulmanes nacidos en Europa, cifras significativas no tienen sino desprecio y desdén hacia sus tierras natales, y lealtad únicamente hacia la umma musulmana y las tierras de nacimiento de sus padres. Los que continúan llegando a Europa desde países musulmanes son animados a mantener las mismas posturas de las comunidades islámicas de Europa mediante el aislamiento autoimpuesto o incitado de otro modo. La Liga Árabe Europea, un grupo musulmán de defensa que opera en Bélgica y Holanda, afirma como parte de su “visión y filosofía” que “creemos en una sociedad multicultural como modelo social y político en el que coexisten distintas culturas con derechos iguales ante la ley”. Rechazan vigorosamente cualquier idea de asimilación o integración en las sociedades europeas: “No queremos asimilarnos y no queremos quedarnos atascados a medio camino. Queremos fomentar nuestra propia identidad al tiempo que somos ciudadanos valiosos respetuosos con la ley de los países en que vivimos. Para lograr eso, es imperativo para nosotros enseñar el lenguaje y la historia árabe a nuestros hijos y la fe islámica. Nos resistiremos a cualquier intento de privarnos de nuestro derecho a nuestra propia identidad religiosa y cultural, puesto que creemos que es uno de los derechos humanos más fundamentales”. Dyab Abou Jahjah, el fundador de la AEL, detenido en persona en noviembre del 2002 y acusado de incitar a los musulmanes de Amberes a manifestarse violentamente (el Primer Ministro belga Guy Verhofstadt dijo que la AEL intentaba “sembrar el terror en la ciudad” [2]), ha declarado: “La asimilación es la violación cultural. Significa renunciar a tu identidad, convirtiéndote en igual a los otros”. Dedujo que los musulmanes europeos tienen derecho a traer la ideología de la yihad y la sharia a Europa, quejándose de que en Europa “aún podemos comer determinados platos de Oriente Medio, pero no puedes tener determinados pensamientos que se basan en ideologías e ideas de Oriente Medio”.
¿Qué clase de ideologías? Quizá Hani Ramadán, nieto del fundador de la Hermandad Musulmana Hasán al-Banna y hermano del conocido y autoproclamado portavoz musulmán “moderado” Tarik Ramadán, dio una muestra cuando defendió el castigo tradicional islámico de la sharía de lapidar por adulterio en el diario parisino Le Monde. En Dinamarca, la político Fátima Shah se hizo eco de los mismos sentimientos en noviembre del 2004. Ese mismo mes, el cineasta Theo Van Gogh, que había rodado la película Sumisión acerca de la opresión de las mujeres por la ley islámica, era asesinado en Holanda por un musulmán, Mohammed Bouyeri. Bouyeri declaraba más tarde ante el tribunal: “Hice lo que hice puramente por mis creencias. Quiero que sepáis que actué por convicción y no le quité su vida porque fuera holandés o porque yo sea marroquí y me sintiera insultado”. En otras palabras, su problema era religioso, no racial: Van Gogh había blasfemado contra el islam, y por lo tanto, según la ley islámica, tenía que morir. Llamativamente, Bouyeri sostuvo durante su juicio que no reconocía la autoridad del tribunal holandés, sino solamente la ley del islam.
¿Cuántos musulmanes europeos comparten los sentimientos de Mohammed Bouyeri? ¿Cuántos de éstos participan en los disturbios de esta semana en París? Aliviar el desempleo y la pobreza musulmanes no hará nada en última instancia por alterar este rechazo a los valores europeos por parte de cifras crecientes de personas que sólo son europeos geográficamente. Y el problema no puede ser ignorado. Porque Francia no está sola: los musulmanes de Århus, Dinamarca, también llevan causando disturbios esta semana. Y en Francia, Sarkozy revelaba recientemente que los disturbios de esta semana apenas son un estallido particularmente intenso de un patrón de violencia en curso: declaraba a Le Monde que entre 20 a 40 coches arden en los intranquilos suburbios musulmanes de París cada noche, y nada menos que 9000 coches de policía han sido apedreados desde principios de 2005.
La culpa de los alborotos en Francia hasta el momento se ha centrado bastante en las duras declaraciones de Sarkozy respecto a poner fin a esta violencia. El 19 de octubre declaraba de los suburbios que “deben ser limpiados — vamos a dejarlos tan limpios como una patena”. Seis días después de esto, manifestantes musulmanes le tiraron piedras y botellas cuando visitaba el suburbio de Argenteuil. Ha sido criticado desde todos los frentes por llamar a los gamberros “escoria”; uno de ellos respondía, “no somos escoria; somos seres humanos, pero se nos descuida”. No obstante, como solución, el mismo hombre sólo recomendaba más negligencia, diciendo de la policía antidisturbios de París: “Si ellos no vinieran aquí, a nuestra zona, no ocurría nada. Si vienen aquí es para provocarnos, así que les respondemos”. Otros se quejaban del tratamiento duro recibido desde el 11 de Septiembre por parte de la policía que busca terroristas: “Es el modo en que detienen y buscan gente, haciendo que se arrodillen entre las piernas mientras les coloca frente a la pared. Mezclan a estudiantes con los peores delincuentes, pero estos jóvenes no han hecho nada malo”.
Pero por supuesto, todos estos problemas son exacerbados por la política de no-asimilación que el gobierno francés y la población musulmana han perseguido durante tanto tiempo: los alborotadores son parte de una población que nunca se ha considerado francesa. Tampoco los funcionarios franceses parecen capaces o están dispuestos a afrontar que éste es hoy el núcleo del problema. Es probable que los disturbios sólo resulten de la intensificación de los problemas que los causaron: si los funcionarios franceses ofrecen una solución cómoda a los musulmanes, sólo redundará probablemente en la intensificación de la identidad islámica, a menudo en sus manifestaciones más radicales, entre los musulmanes franceses. La respuesta francesa a los disturbios es probable que se desenvuelva según las directrices de la decisión de funcionarios de Holanda el pasado mayo: rehusaron prohibir un libro llamado De weg van de Moslim (El camino del musulmán), incluso aunque pedía que los homosexuales fueran lanzados de cabeza desde edificios altos. El consejo municipal de la ciudad de Ámsterdam no quiso contravenir “la libertad de expresión”.
Esa decisión es un pequeño ejemplo de lo que demuestran los disturbios de París a gran escala: el estrepitoso fracaso de la filosofía multicultural que afirma disparatadamente que los grupos pueden coexistir dentro de una nación sin noción alguna de que al menos deben compartir algunos valores básicos. Los franceses pagan hoy el precio de asumir contra toda evidencia que Francia podría absorber a una población que sostiene valores enormemente distintos de los de la población anfitriona sin consecuencias negativas para ninguna de las dos.
Que los funcionarios franceses no den muestra alguna, bien entrada la segunda semana de los disturbios de París, de reconocer que este choque de valores es el corazón del problema sólo garantiza que antes de poder decir que sus dificultades con su población musulmana quedan atrás, muchos coches más serán quemados, muchos edificios más serán incendiados y muchas más vidas serán destruidas.
Fuente: El Iberoamericano
Autor: Robert Spencer
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