Notas:

30.10.06

LO BIEN QUE ESTÁN EN CUBA, ¡ Y ELLOS SIN SABERLO !

Escúchenme bien lo que les voy a decir: tenemos "la fin del mundo" aquí mismito, a la vuelta de la esquina. Bueno, no lo digo yo, que de profeta tengo lo justo –mi único vaticinio acertado fue situar la media de audiencia de la Cuatro en la cifra que le da nombre–, ni siquiera los Testigos de Jehová, auténticos expertos en la materia, no en vano llevan pronosticando "la fin del mundo" desde mediados del siglo XIX, a razón de media docena de armagedones por década. No. Lo dicen los ecologistas de Adena, que de esto también saben un huevo (de avestruz).

Los expertos de esta oenegé, seguramente tras examinar las entrañas de una oca fallecida a causa del cambio climático, han llegado a la conclusión de que "la fin del mundo" ocurrirá en 2050, no sabemos si por la mañana o por la tarde. ¿Cómo sucederá? Pues en realidad no será a causa de un cataclismo espectacular: el impacto de un meteorito, el deshielo súbito de los casquetes polares, una película de Almodóvar sobre Isabel la Católica o cualquier otra catástrofe planetaria de magnitud similar, siempre tan agradecidas por Hollywood por aquello de los efectos especiales, sino sencillamente porque, según los cálculos adénicos, en esa fecha se acabarán la comida y la energía en la Tierra.

Acabar así con diez mil años de civilización humana, estarán ustedes de acuerdo conmigo, es algo bastante deprimente. Hombre, puestos a irnos a tomar por saco, lo suyo sería hacerlo con un mínimo de elegancia, dejando el legado de una epopeya presentable, como las que relata la Biblia, con sus diluvios y tal. Pero es que los científicos ecologistas tienen un sentido de la épica muy limitado.

Mas, como toda maldición, el negro vaticinio de los verdes deja abierta una puerta a la esperanza. En efecto, en este informe apocalíptico, que me tiene sin dormir desde hace varios días, hay una posibilidad de evitar que la vida desaparezca del planeta. Se trata de adaptar nuestras economías al único modelo político que ha demostrado ser capaz de aunar un crecimiento económico apabullante y unas altísimas cotas de libertad y bienestar para la ciudadanía con el más exquisito respeto a la ortodoxia del llamado "desarrollo sostenible". ¿No adivinan de qué modelo hablamos? Pues los ecologistas de Adena se lo explican gustosamente. Sólo tienen que seguir el enlace y leer la noticia. Pero tengan a mano una silla y el frasco de las sales.

Así pues, el régimen castrista es el referente ético hacia el que hay que mirar si queremos salvarnos de la debacle planetaria. Tras estudiar las variables de desarrollo humano y consumo de comida y energía por persona, los adenoexpertos han descubierto que sorprendentemente, sólo Cuba tiene en ambos casos niveles suficientes que le permiten ser designado un país que cumple los criterios mínimos para la sostenibilidad.

No es por fastidiar, pero estoy seguro de que los cubanos estarían encantados si pudieran contaminar un poquito más y consumir alimentos en niveles occidentales, fuera de la cartilla de racionamiento, aunque en vez de en 2050 "la fin del mundo" llegara un par de meses antes. Si no lo hacen no es por un amor desaforado a la diosa Gaia y a instituciones como Adena, sino por el sistema económico que padecen desde 1959.

El estudio ofrece también datos interesantes sobre algo en principio tan difícil de cuantificar como el nivel de felicidad. Desconocemos el sistema de ecuaciones que ha llevado a los adenitas a este resultado –al parecer, el responsable del estudio tampoco lo tiene muy claro–, pero la conclusión es clara. "No sé exactamente a qué se debe este hecho (la buena situación de Latinoamérica), pero sí se puede dar uno cuenta que es allí donde la gente parece más feliz, y quizá se deba a un mayor equilibrio entre desarrollo y medio ambiente", dice en la entrevista. Después de esto, no quiero ni pensar qué concepto de la "felicidad" tienen los autores del estudio.

Los ecologistas, y en general la izquierda milenarista, se internan en estos berenjenales con la tosquedad de su pensamiento económico, por eso producen estos disparates. Analizan el mundo con una mentalidad de recolectores-cazadores que el resto de la humanidad abandonó con el neolítico. Los alimentos y la energía no están limitados, sino que el hombre, con su capacidad creadora, descubre incesantemente nuevas formas de satisfacer ésas y otras necesidades.

Cuando el principal combustible del mundo era el carbón, los malthusianos ya hacían cuentas de cuándo se acabaría la energía, momento en que sobrevendría la implosión del mundo civilizado. No entraba en sus cálculos que el hombre encontrara otras formas de procurarse suministros. Lo mismo ocurre con la producción de alimentos: con las tecnologías cada vez más avanzadas, incluida la biogenética, cada vez se producen en mayor cantidad por hectárea cultivable.

Puestos a hablar del milenarismo, yo me quedo con la teoría de Fernando Arrabal, infinitamente más documentada que la de los ecologistas. Y sobre todo mucho más seria. Sin comparación.

Pablo Molina en Libertad Digital Suplementos


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