Carta abierta del primer objetor de conciencia en España contra EpC a Zapatero
Sr. Presidente del Gobierno:
Le escribo a título personal, pero sobre todo desde mi condición, junto a mi mujer, de ser el primer objetor de conciencia de España a "su" Educación para la Ciudadanía. Sr. Presidente, si usted ha decidido tomar la vía de las amenazas y la imposición con relación a nosotros, ha elegido el peor camino posible.
Ayer afirmó usted cosas muy graves, cosas que me afectan a mí como padre pero sobre todo cosas que afectan a mis cuatro hijos. Y deliberadamente voy a entrar en algún detalle personal: mi hija mayor tiene diez años, la que le sigue tiene ocho, el tercero, varón, tiene seis y la pequeña tiene cuatro años. Pues bien, aún considerándome un hombre de paz le diré que ellos y su madre son lo más sagrado que hay para mí en este mundo, y que ninguna fuerza humana, y mucho menos la suya, van a interferir en su vida mientras tal cosa dependa de mí en mayor o menor grado.
Ayer afirmó usted que "ninguna fe puede oponerse a la soberanía popular, que reside en el Parlamento, ni a las leyes que de la misma dimanan". Pues bien, tome nota de varias consideraciones importantes: yo no he objetado a la Educación para la Ciudadanía en nombre de ninguna fe, sino en nombre de mi derecho constitucional y universal a educar a mis hijos según mi recta conciencia, y usted lo sabe; yo no me opongo a la soberanía popular, pues esta soberanía, que debería residir en el Parlamento, ha sido secuestrada desde hace mucho tiempo por los partidos políticos, y usted lo sabe. ¿No era usted el que reclamaba la soberanía popular desde la calle y contra el Parlamento cuando éste aporbó por mayoría absoluta la participación española en la guerra de Irak? ¿Quiere que tiremos de hemeroteca, Sr. Presidente, y veamos donde situaba usted la soberanía popular entonces?. No le admito más hipocresías.
Pero lo más grave, gravísimo, es la última afirmación: me dice usted que no puedo oponerme a las leyes que del parlamento dimanan. Sr. Presidente, le ruego que recapacite: esa afirmación está al borde del nazismo puro. Las leyes pueden ser terriblemente injustas, al amparo de las leyes se han cometido los peores crímenes de la Historia; aquello que cobra forma de ley, aunque sea promulgada por el más democrático parlamento del mundo, no es automáticamente equivalente a justicia o verdad. Tal supuesto no es más que el permanente difraz de los peores totalitarismos, que todavía subyacen en Occidente aún cuando ya se creían erradicados.
La objeción de conciencia es un derecho sagrado e intocable, pues posibilita al individuo, al sujeto, a la persona, a resistirse pasiva y pacíficamente a leyes que van contra sus propias e íntimas convicciones, y esto está reconocido así en todos los documentos de derechos humanos. Y ha sido reconocido tras largas y heroicas luchas como las protagonizadas por Ghandi, Martin Luther King y tantos otros hombres de paz que usted admira sin duda. Y aún afirmo que incluso la desobediencia civil, que no es el caso presente, es legítima también en situaciones extremas.
Entiendo que usted está en clave electoral ya, y por eso sigue mintiendo a todos los españoles cuando afirma que no hay ningún adoctrinamiento en la asignatura Educación para la Ciudadanía; entiendo que en esa clave electoral usted arremeta contra la Iglesia Católica y contra el PP; pues bien, escuche esto atentamente: yo no he objetado ni en nombre de la Iglesia Católica ni en nombre del PP (¡eso ya sería el colmo, por Dios, no nos trate de imbéciles, haga el favor!); yo he objetado en nombre de mis cuatro hijos, y si por emprender su campañita electoral tiene usted la intención de cargar sobre mí o sobre ellos, sepa que se equivoca por completo de camino.
Sepa que el movimiento de resistencia que va usted a generar se multiplicará por diez, por cien y por mil, sepa que la situación a la que va a abocar a la sociedad española por su estúpida obcecación y ceguera va a ser de rotura y colapso casi definitivo, porque este movimiento no depende ni de la Iglesia ni mucho menos del PP, sino de ciudadanos libres y soberanos, sí, los verdaderos y auténticos soberanos, que como ya ha demostrado la historia de forma más que sobrada, simepre vencen en su resistencia frente a poderes públicos arbitrarios y totalitarios.
Termino. No espero nada de usted, Sr. Presidente, pues ya ha demostrado en estos tres años largos de mandato que es de los que no rectifica en sus errores, que es de los que intenta hasta el final imponer su visión de las cosas y que es de los que gestiona lo público con total desprecio a la realidad de las verdaderas demandas sociales.
Simplemente tenga clara conciencia de ésto: si usted pretende basar su campaña electoral en una agresión y una imposición por la fuerza de la ley a mis derechos supremos y a los de mis hijos, terminará con total seguridad como terminaron todos los que han recorrido ese mismo camino en el poder antes que usted, y que no le nombraré para darle la oportunidad de repasar un poco la historia durante sus vacaciones. Que usted las disfrute con salud y con su familia. Ya nos veremos a la vuelta. Tenga la seguridad de que estaré ahí, le doy mi palabra, y de no estaré sólo: seremos millones.
Hazte Oir
Sr. Presidente del Gobierno:
Le escribo a título personal, pero sobre todo desde mi condición, junto a mi mujer, de ser el primer objetor de conciencia de España a "su" Educación para la Ciudadanía. Sr. Presidente, si usted ha decidido tomar la vía de las amenazas y la imposición con relación a nosotros, ha elegido el peor camino posible.
Ayer afirmó usted cosas muy graves, cosas que me afectan a mí como padre pero sobre todo cosas que afectan a mis cuatro hijos. Y deliberadamente voy a entrar en algún detalle personal: mi hija mayor tiene diez años, la que le sigue tiene ocho, el tercero, varón, tiene seis y la pequeña tiene cuatro años. Pues bien, aún considerándome un hombre de paz le diré que ellos y su madre son lo más sagrado que hay para mí en este mundo, y que ninguna fuerza humana, y mucho menos la suya, van a interferir en su vida mientras tal cosa dependa de mí en mayor o menor grado.
Ayer afirmó usted que "ninguna fe puede oponerse a la soberanía popular, que reside en el Parlamento, ni a las leyes que de la misma dimanan". Pues bien, tome nota de varias consideraciones importantes: yo no he objetado a la Educación para la Ciudadanía en nombre de ninguna fe, sino en nombre de mi derecho constitucional y universal a educar a mis hijos según mi recta conciencia, y usted lo sabe; yo no me opongo a la soberanía popular, pues esta soberanía, que debería residir en el Parlamento, ha sido secuestrada desde hace mucho tiempo por los partidos políticos, y usted lo sabe. ¿No era usted el que reclamaba la soberanía popular desde la calle y contra el Parlamento cuando éste aporbó por mayoría absoluta la participación española en la guerra de Irak? ¿Quiere que tiremos de hemeroteca, Sr. Presidente, y veamos donde situaba usted la soberanía popular entonces?. No le admito más hipocresías.
Pero lo más grave, gravísimo, es la última afirmación: me dice usted que no puedo oponerme a las leyes que del parlamento dimanan. Sr. Presidente, le ruego que recapacite: esa afirmación está al borde del nazismo puro. Las leyes pueden ser terriblemente injustas, al amparo de las leyes se han cometido los peores crímenes de la Historia; aquello que cobra forma de ley, aunque sea promulgada por el más democrático parlamento del mundo, no es automáticamente equivalente a justicia o verdad. Tal supuesto no es más que el permanente difraz de los peores totalitarismos, que todavía subyacen en Occidente aún cuando ya se creían erradicados.
La objeción de conciencia es un derecho sagrado e intocable, pues posibilita al individuo, al sujeto, a la persona, a resistirse pasiva y pacíficamente a leyes que van contra sus propias e íntimas convicciones, y esto está reconocido así en todos los documentos de derechos humanos. Y ha sido reconocido tras largas y heroicas luchas como las protagonizadas por Ghandi, Martin Luther King y tantos otros hombres de paz que usted admira sin duda. Y aún afirmo que incluso la desobediencia civil, que no es el caso presente, es legítima también en situaciones extremas.
Entiendo que usted está en clave electoral ya, y por eso sigue mintiendo a todos los españoles cuando afirma que no hay ningún adoctrinamiento en la asignatura Educación para la Ciudadanía; entiendo que en esa clave electoral usted arremeta contra la Iglesia Católica y contra el PP; pues bien, escuche esto atentamente: yo no he objetado ni en nombre de la Iglesia Católica ni en nombre del PP (¡eso ya sería el colmo, por Dios, no nos trate de imbéciles, haga el favor!); yo he objetado en nombre de mis cuatro hijos, y si por emprender su campañita electoral tiene usted la intención de cargar sobre mí o sobre ellos, sepa que se equivoca por completo de camino.
Sepa que el movimiento de resistencia que va usted a generar se multiplicará por diez, por cien y por mil, sepa que la situación a la que va a abocar a la sociedad española por su estúpida obcecación y ceguera va a ser de rotura y colapso casi definitivo, porque este movimiento no depende ni de la Iglesia ni mucho menos del PP, sino de ciudadanos libres y soberanos, sí, los verdaderos y auténticos soberanos, que como ya ha demostrado la historia de forma más que sobrada, simepre vencen en su resistencia frente a poderes públicos arbitrarios y totalitarios.
Termino. No espero nada de usted, Sr. Presidente, pues ya ha demostrado en estos tres años largos de mandato que es de los que no rectifica en sus errores, que es de los que intenta hasta el final imponer su visión de las cosas y que es de los que gestiona lo público con total desprecio a la realidad de las verdaderas demandas sociales.
Simplemente tenga clara conciencia de ésto: si usted pretende basar su campaña electoral en una agresión y una imposición por la fuerza de la ley a mis derechos supremos y a los de mis hijos, terminará con total seguridad como terminaron todos los que han recorrido ese mismo camino en el poder antes que usted, y que no le nombraré para darle la oportunidad de repasar un poco la historia durante sus vacaciones. Que usted las disfrute con salud y con su familia. Ya nos veremos a la vuelta. Tenga la seguridad de que estaré ahí, le doy mi palabra, y de no estaré sólo: seremos millones.
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