No es la mujer varonil y excéntrica que hace gala de su modo de ser, como las inglesas y las americanas; de líneas angulosas, de mirada dura, andar resuelto y hombruno, casi marimacho, que compite con excursionistas, y exploradores y goz en empresas arriesgadas burlando el peligro. No es la mujer oriental de morbideces linfáticas, nacida sólo para el sensualismo y la indolencia. En el medio está la virtud, y la mujer española se ajusta a este axioma.
La gracia, la cualidad distintiva, anima las suaves curvas de su cuerpo, sus andares menudos de paloma, su voz dulce y sugestiva, su genio vivo y chispeante.
No busca el peligro, pero lo afronta y no le teme. No alardea de fuerte, pero la grandeza de su alma le da valor, el fuego de su pecho energías.
De la mujer española nacen aquellas heroinas que en Gerona y Zaragoza avanzaban entre el nutrido fuego enemigo y de las que López García dice:
La gracia, la cualidad distintiva, anima las suaves curvas de su cuerpo, sus andares menudos de paloma, su voz dulce y sugestiva, su genio vivo y chispeante.
No busca el peligro, pero lo afronta y no le teme. No alardea de fuerte, pero la grandeza de su alma le da valor, el fuego de su pecho energías.
De la mujer española nacen aquellas heroinas que en Gerona y Zaragoza avanzaban entre el nutrido fuego enemigo y de las que López García dice:
"y van roncas las mujeres
empujando los cañones."
De ella salieron las madrileñas que arengaban a manolos y chisperos contra la chusma invasora, el Dos de Mayo de 1808, y las saladísimas gaditanas que se recibían las granadas de los sitiadores franceses con jarana y chacota, no con el pánico y el terror de una gran desgracia, sino con el regocijo y la alegría de un día de fiesta.
Las madres españolas, tan amantes, tan apasionadas de sus hijos, en los momentos en que la patria los reclama, ahogan el egoísmo de su pasión, y con un rasgo digno de las madres espartanas, dicen al hijo querido:
"Pues que la patria lo quiere,
lánzate al combate y muere;
tu madre te vengará"
Actualmente recorre las calles de Madrid una anciana menuda arrugadita, prestando apoyo al que ella había criado para que fuera el apoyo de su vejez, un mocetón en toda la plenitud de su vida, vestido con el uniforme de nuestros soldados insulares, rigido, impasible, porque sus ojos, medio de comunicación con el mundo exterior, se cerraron para siempre a la luz en la traidora campaña.
La madre no va triste pensando en tanta desgracia; en que ella tiene que amparar cuando necesite amparo; marcha alegre, mirando con amor al hijo inválido y con satisfacción a los transeuntes, como queriendo expresar: ¡Pobrecito, qué bueno es!. Ha perdido su vista por la patria.
Así es la mujer española, que cuando el peligro se presenta, se llama María Pita, impidiendo el asalto de La Coruña, Agustina de Aragón, arrebatando la mecha que hace vomitar la metralla, la hija de Malasaña muerta a los pies de su padre contra rudo enemigo, o Catalina de Eraso, la Monja Alférez, llevando en América el glorioso estandarte castellano, sacrificando todas su vida en holocausto a la patria.
Luis González en "El Laurel" de Alicante, el 28 de Mayo de 1898 (Semanario satírico-literario, y de intereses materiales)
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