Notas:

24.2.24

NUESTRA HISTORIA.DON JUAN MARTÍN DIEZ. EL EMPECINADO

Primera mitad del año de nuestro señor de 1808.

Castrillo de Duero amanece como otro día más, otro día cualquiera donde sus habitantes duros y recios como lo es todo aquel que destina su vida a los fríos campos vallisoletanos de Castilla, comienzan su jornada de trabajo.

Por si estas circunstancias no fueran suficientes, nuestra tierra está invadida por el sucio francés que más se comporta como un vil malhechor que como un soldado que es como se hace llamar… Sus tropelías son diarias, sus desmanes horrorosos y su desvergüenza propia de su lugar de procedencia.

Alguien avisa de que dos uniformados gabachos hacen acto de presencia en el pueblo. Aparecen los nervios.

Las gentes recogen sus cosas, quien puede se encierra en su casa, no conviene tener problemas con esta chusma.

Pero no todo el mundo ha podido ser informado, y no todo el mundo se puede poner a resguardo o incluso esconderse ante la presencia francesa.

Una labriega se encuentra trabajando su tierra.

Desconoce lo que cada vez más cerca le comienza a acechar.

Los gabachos descabalgan.

La llaman. Ella se gira. Intenta huir.

Con todas sus fuerzas y rebosante de terror y pánico alcanza la puerta de su casa, la cual cierra bruscamente creyendo estar segura.

Pero está equivocada.

Los franceses tiran la puerta abajo.

La golpean.

La despojan de sus ropas.

Y dan rienda suelta a todo aquello que les pasa por sus mentes.

El orgullo de “La France”.

De nada sirve su lucha con bravura, sus gritos, su desesperación.

Aquella valiente e indefensa española muere en el suelo de su casa, entre insultos y risas extranjeras.

La basura francesa abandona el pueblo.

Algunos vecinos se enteran de lo ocurrido.

Algunos vecinos arden en odio.

Algunos vecinos claman venganza.

Juan Martín es uno de ellos.

Reúne a algunos amigos y familiares.

Se afilan unas cuantas siete muelles de palmo y medio.

Se ajustan fajas y camisas.

Caballos preparados, miradas las justas, y un solo gesto con la cabeza: adelante!

Da comienzo la cacería.

La mirada de Don Juan congela el camino por el que van al galope siguiendo a la perfección el rastro francés.

Las miradas de sus hombres tan solo alcanzan a Juan Martín.

-“Más rápido!”

Y aquella partida de caza es la mismísima muerte con una sola idea en la cabeza y en los ojos: la búsqueda de sangre francesa.

Los gabachos están localizados. No tienen ninguna opción.

Sus ojos de sorpresa tan solo son superados por sus tartamudeantes y asquerosas palabras alegando ser soldados del emperador.

De nada os va a servir.

Los españoles llevan sus manos a sus fajas.

Juan Marín empuña su siete muelles:

-“Clas, clas, clas…” y ya con el sonido del primer muelle al soltarse la diarrea hace acto de presencia en los cuerpos de los franceses.

Balbucean algo parecido a “piété!”, pero el sonido se entremezcla con el de las tripas al caer desparramándose por el suelo español, mientras el segundo intenta infructuosamente no ahogarse al tragar su propia sangre que se derrama tras sesgar de lado a lado su sucio cuello.

La justicia se ha cumplido, la leyenda ha comenzado.

Don Juan Martín Díez “El Empecinado” comienza su aventura.

Terror de franceses, orgullo de Españoles.

 


 

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